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Chile: barómetro político de Iberoamérica. Por Pablo Anzaldi

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Encubiertas o postergadas  por las cuarentenas ante el COVID-19, nuestro continente está viviendo un proceso de grandes convulsiones sociales y políticas en las que se entrelazan dos agonías: la del neoconservadurismo y la del marxismo (en todas sus variantes, también la del “socialismo siglo XXI”).  

Pablo Anzaldi

La catástrofe nacional venezolana, las recientes derrotas del MAS en Bolivia, del correísmo en Ecuador, de la “izquierda caviar” en Perú,  la crisis política de Alberto Fernández en Argentina, la jubilación de Raúl Castro y la disolución del régimen cubano en el horizonte, etc., muestran en los hechos que la izquierda – a principio de este siglo basada en la expansión de planes de asistencia a partir de la renta diferencial de las materias primas – está llegando a su término. Se entreteje en una especie de guerra civil larvada con la centro derecha neoconservadora, la de Bolsonaro, Lacalle Pou, Fujimori, y  los inefables Piñera, Abdo  y Macri, que no pueden ofrecer cosa distinta que entregar los países a los tecnócratas de Washington y Chicago.

La izquierda propone desalojar a la derecha y la derecha a la izquierda: en ese juego de espejos se desarrolla una ola de convulsiones sociales que apenas está comenzando. La destrucción material y espiritual ocasionada por el COVID-19 y las cuarentenas ha metido más presión a un volcán que estalló antes y que volverá a hacerlo, sencillamente porque desde la crisis del 2008 el proceso de expansión de las clases medias se ha desplazado a China, y los grandes bancos y grupos financieros tomaron el poder a escala del sistema global promoviendo una sociedad del malestar

En esta situación, la izquierda perdió su georeferencia histórica y se transformó en una nube de retórica sectaria denominada “lenguaje inclusivo” que no entienden sino los que lo promueven, y que excluye de su esfera a las clases trabajadoras, a la gente del campo, a los ancianos y a los indígenas que dicen representar. La derecha está igualmente enredada en la explosión social  de su modelo victorioso y ha desprendido un ala radicalizada y mejor fundamentada, los anarcocapitalistas, carentes en todo caso de capacidad estratégica para disputar el poder precisamente porque los cambios que reclaman ya han sido concretados y estallaron en sus narices.

Este escenario de convulsión social y polarización ideológica de fuerzas espiritualmente en declive, brinda una nueva oportunidad para el renacimiento de la tercera posición. Para eso, hay que construir la decisión política para cortar la serpiente de dos cabezas y poner en marcha el proyecto nacional que restaure la soberanía, el orden y la justicia social en el marco de lo que el maestro Pedro Godoy Perrín denomina “Estado cátedra”: un verdadero modelo que desate fuerzas análogas en todo el sistema sudamericano.

En este sentido, el escenario de elecciones constituyentes – postergadas o no, es un detalle – que vive Chile aparece como una oportunidad histórica para que los protagonistas del campo nacional deliberen, diseñen y presenten un  Proyecto de Constitución (al menos sus lineamientos) como herramienta de agitación y propaganda. ¿Para qué? Para avanzar en la creación de una opción nacional capaz de hablar al corazón del pueblo y reposicionar las fuerzas nacionales en las contiendas por venir.

Por supuesto, las tareas de propaganda y difusión tienen sentido si se comprende que la Constitución Nacional es una herramienta jurídica, no es la Constitución real y concreta. Es decir, es palabra escrita, no realidad desplegada. Consignas y propuestas como unidad nacional absoluta y sin discusiones, restauración de valores nacionales y sociales, desarrollo de la organización comunitaria,  propiedad de tierra y vivienda para todas las familias, equilibrio de clases, trabajo para todas las personas, orden público, promoción de la cultura clásica y de la cultura nacional, fortalecimiento de la economía comunitaria, creación de un sistema integrado de salud,  independencia energética, desarrollo científico- tecnológico, etc. son ideas-fuerza que pertenecen a nuestro campo y que tienen vigencia absoluta.  Son elementos que configuran el proyecto histórico de nuestros pueblos y la tercera posición no ha hecho más que leerlos en la realidad popular, en sus grandes virtualidades sofrenadas por la bipolaridad oligárquica izquierda- derecha.

En este sentido, nuestro ideario es tan singular como lo es la expresión de la verdad en cada lenguaje nacional: como argentino, no puedo más que mostrar aspectos de interés de una experiencia intransferible y señalar el punto de empalme con algunos elementos que también he detectado en la voz de los camaradas chilenos. No puedo ver sino con cierta expectativa y esperanza la caída del modelo individualista y egoísta, y el rechazo moral que anida en la verdadera masa popular acerca de la locura destructiva de la izquierda chilena. Insisto: que la destrucción marxista en acto revalorice nuestras ideas de orden justo y no conduzca a nuestros amigos a cargar la piedra de Sísifo que implicaría la renuncia a la lucha y la resignación ante el orden de los oligarcas. Como Perón nos enseñó, el arte de la política tercerista es ganar el corazón del pueblo mostrándole a la derecha la destrucción que amenaza por izquierda, y, mostrándole al pueblo la bancarrota material y moral que esconde la izquierda para, de ese modo, envolver estratégicamente a ambos y conquistar el poder para una idea superior sostenida por el concurso organizado del pueblo reconciliado con su propia singularidad nacional intransferible.

Quizás sea la hora de difundir ese ideario invicto a escala más amplia. Alea jacta est.

Pablo Anzaldi,  Ciudad de Buenos Aires, abril de 2021

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