
(Traducción de Gonzalo Soaje, gonzalosoaje@ignaciocarreraediciones.cl)
Si la naturaleza hubiera seguido un curso más típico, Christopher Lasch todavía estaría con nosotros. Con solo sesenta y un años de edad el día de San Valentín de 1994, sucumbió al cáncer en su casa de Pittsford, Nueva York. Lasch murió en su mejor momento intelectual. El libro por el que se le podría recordar por más tiempo, The True and Only Heaven: Progress and Its Critics (El verdadero y único cielo: el progreso y sus críticos), había aparecido apenas tres años antes. Y acababa de terminar, con la ayuda de su hija Elisabeth, el manuscrito de The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy (La revuelta de las élites y la traición de la democracia), un libro en el que intentaba poner de manifiesto los problemas que planteaba a la auténtica democracia —cuya salud, como veremos, fue siempre la principal preocupación de Lasch— la separación de las nuevas clases privilegiadas, tanto física como ideológicamente, de los hombres y mujeres comunes.
En La revuelta de las élites, Lasch predijo la división política que preocuparía a comentaristas políticos una década después. “Las nuevas élites se rebelan contra el ‘Estados Unidos medio’”, advirtió, “imaginado por ellos como tecnológicamente atrasado, políticamente reaccionario, represivo en su moralidad sexual, mediocre en sus gustos, engreído y complaciente, aburrido y desaliñado”. (1) Este parecería ser el lamento de un conservador cultural y, de hecho, al final de su vida, Lasch usó esa etiqueta con bastante comodidad. Mas alguna vez estuvo estrechamente asociado con la izquierda política, y parte de lo que hizo, y continúa haciendo, el análisis de Lasch tan llamativo es que nunca repudió por completo influencias como el progresismo, Marx, Freud y la Escuela de Frankfurt. A diferencia de otros exiliados de posguerra de la izquierda, nunca experimentó una conversión ideológica dramática, sino que gradualmente y de mala gana se despojó de ciertas presuposiciones y preocupaciones izquierdistas. Lasch nunca se convirtió en un soldado de la Guerr Fría, en contraste con sus compañeros que emigraron del Partisan Review (*) a una u otra forma de neoconservadurismo. Tampoco suavizó nunca su crítica de la centralización económica y política y de la racionalidad tecnológica que las sustentaba: a diferencia de Irving Kristol (**), no estaba preparado para dar ni un solo aplauso al capitalismo. Podría decirse que Lasch no repudió tanto a sus mentores de izquierda como combinó sus puntos de vista con los de otros, incluidos, por nombrar solo algunos, Orestes Brownson, Henry George, Lewis Mumford, Jacques Ellul, Reinhold Neibuhr y Philip Rieff —para crear un brebaje crítico muy original y potente. También podría decirse que su trabajo confirma la verdad de la observación de T.J. Jackson Lears de que “el radicalismo más profundo es a menudo el conservadurismo más profundo”. (2)

Esa es quizás una de las razones por las que parece que la popularidad de Lasch va en aumento, especialmente entre aquellos para quienes las narrativas partidistas de las guerras culturales han perdido gran parte de su credibilidad. (3) Ciertamente, volver a la obra de Lasch hoy es ser golpeado con fuerza por su refrescante independencia. Lasch logró ser a la vez democrático y antiliberal. De forma negativa, su crítica se basó en una comprensión teóricamente rica y psicológicamente informada de las historias y efectos interrelacionados de la clase, el capitalismo de consumo, la cultura terapéutica y la tecnología. De forma positiva, esta crítica se basaba en el respeto, y un ardiente deseo de defender, los valores y preferencias tradicionales y no ilustrados de la pequeña burguesía: familia, trabajo duro, lealtad, artesanía, asociación voluntaria, etnicidad, deporte, claridad moral y fe. Todo ello constituía, en sus palabras, una “ecuación política inclasificable”. (4)
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Robert y Zora (Schaupp) Lasch, ambos nacidos en Nebraska, eran intelectuales impecablemente progresistas. Robert, unos nueve años más joven que Zora, asistió a Oxford como becario Rhodes de 1928 a 1930 y trabajó la mayor parte de su vida como editorialista en periódicos del Medio Oeste, incluidos el Chicago Sun, Sun-Times y St. Louis Post-Dispatch. 5 Zora se doctoró en filosofía en Bryn Mawr College en 1925. Pasó la mayor parte de su carrera como trabajadora social, pero luego enseñó lógica en la Universidad de Washington y en un par de otras escuelas. Como recordara su hijo, Zora, como buena especialista en lógica, “tenía un enfoque sensato de las ideas, que me tomó algún tiempo aprender a apreciar”. (6)
El primer hijo de Robert y Zora, Robert Christopher Lasch nació el 1ro de junio de 1932. El hogar de Omaha, Nebraska, al que llegó no solo era muy político e intelectual sino, según sus propios recuerdos, militantemente secular. El joven Christopher solía disfrutar inquietando a los hijos e hijas de sus vecinos Republicanos al burlarse de sus creencias religiosas y “alardear” de su ateísmo.
Christopher se matriculó en Harvard (donde compartió habitación durante al menos dos años con John Updike) en el otoño de 1950 y salió cuatro años más tarde con una título de bachiller en historia y el Premio Bowdoin por su tesis de grado con honores. Columbia, con su renombrado departamento de historia, fue la siguiente parada. Lasch ingresó en el otoño de 1954 y terminó su disertación en 1961 bajo la dirección de William Leuchtenburg. Richard Hofstadter, sin embargo, surgió como el miembro de la facultad que ejercería la mayor influencia sobre Lasch, aunque la única asociación formal de Lasch con él fue como asistente de investigación un verano. A pesar de lo diferente que llegaría a ser la propia versión de Lasch de la historia y la cultura estadounidenses, Hofstadter siguió siendo una de esas figuras con cuyas ideas Lasch sintió que tenía que lidiar por el resto de su vida.
Mientras estaba en Columbia, Lasch se casó con Nell Commager, hija del historiador Henry Steele Commager. Antes de terminar su disertación, Lasch enseñó historia en Williams College y Roosevelt University. Después de obtener su doctorado, consiguió un nombramiento como profesor asistente de historia en la Universidad de Iowa. Solo dos años después, en 1963, fue nombrado profesor asociado.
Hasta que llegó a Iowa, Lasch se consideraba a sí mismo como alguien que trabajaba dentro de la tradición liberal. Además de Hofstadter, se sintió atraído por pensadores como Lionel Trilling, George Kennan y Walter Lippmann. Pero el recrudecimiento cada vez más profundo de la Guerra Fría y los instintos populistas-progresistas del Medio Oeste de Lasch finalmente le hicieron imposible aceptar lo que él veía como el elitismo antidemocrático y aparentemente sin corazón de la política exterior “realista” de los anticomunistas. Aparentemente, fue mientras estaba en Iowa que la creciente desilusión de Lasch con los liberales de la Guerra Fría lo llevó a interesarse en la floreciente “escuela de Madison” de historia diplomática que entonces gozaba de popularidad en los círculos radicales. El historiador de la Universidad de Wisconsin, William Appleman Williams, fue especialmente influyente en Lasch, sobre todo porque Williams lo llevó a Marx. (7)
En 1966, Lasch se mudó a la Northwestern University, donde fue nombrado profesor titular solo cinco años después de completar su doctorado. Pero su estancia fue breve. Eugene Genovese acababa de ser elegido para cambiar el departamento de historia envejecido y díscolo de la Universidad de Rochester. Considerado virtualmente incontratable por las universidades estadounidenses porque había defendido públicamente la causa del Vietcong, Genovese había estado cumpliendo su exilio en Montreal. Ahora estaba de regreso y quería, en palabras de Lasch, “dar forma a un departamento que estaría bastante explícitamente comprometido con la empresa de la crítica social históricamente informada y al mismo tiempo no comprometido con ninguna forma específica de ella”. Los críticos marxistas ciertamente fueron bienvenidos. Genovese pronto convenció a Lasch para que se uniera al proyecto y llegó en el otoño de 1970. (8)
Aunque ya era un erudito consumado y bien conocido en los círculos izquierdistas cuando llegó a Rochester (9), fue allí cuando Lasch publicó su obra más conocida. Haven in a Heartless World: The Family Sieged (Refugio en un mundo sin corazón: la familia asediada), que apareció en 1977, fue ampliamente comentado y marcó el comienzo de una división más seria entre la dirección del trabajo de Lasch y lo que se había convertido en la ortodoxia de izquierda. El primero de los libros de Lasch que se basó en gran medida en Freud y la Escuela de Frankfurt (Herbert Marcuse, T.W. Adorno, Max Horkheimer y seguidores), también atrajo críticas particularmente punzantes de la audiencia de Lasch en la izquierda. The Culture of Narcissism: American Life in an Age of Diminishing Expectations (La cultura del narcisismo: la vida estadounidense en una era de expectativas decrecientes), publicado dos años después, demostró aún más las inclinaciones heterodoxas de Lasch. Un éxito de ventas, es el libro con el que su nombre ha estado más estrechamente asociado desde entonces.
Siguieron otros tres libros y numerosos artículos, reseñas, conferencias, paneles y demás adornos de la fama académica. The Minimal Self (El yo mínimo, 1984), The True and Only Heaven (El verdadero y único cielo, 1991) y The Revolt of the Elites (La revuelta de las élites, 1994) no lograron el éxito popular de La cultura del narcisismo, pero cada uno continuó reflejando cambios importantes en el pensamiento de Lasch. (10) A principios de la década de 1990, Lasch se consideraba a sí mismo como partidario de un populismo culturalmente conservador que enfatizaba la necesidad de nutrir las instituciones y prácticas asociadas con las comunidades tradicionales y, especialmente, la necesidad de reconocer los límites humanos. Se dio cuenta de que era contra tal reconocimiento que todo el proyecto moderno se enfrentaba, “que la normal rebelión contra la dependencia” que nuestra tradición religiosa enseña que es común a todos los hombres había sido “sancionada por nuestro control científico sobre la naturaleza”. La ironía era que, si bien “[esas] maravillosas máquinas que la ciencia nos ha permitido construir no han eliminado la monotonía, . . . han hecho posible imaginarnos como dueños de nuestro destino. En una era que se imagina a sí misma como desilusionada, esta es la única ilusión, la ilusión del dominio, que sigue siendo tan tenaz como siempre”, especialmente entre aquellas élites cosmopolitas, hipermóviles y liberadas que estaban consolidando su control sobre la política, la economía y la cultura. (11)
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Antes de convertirse en un historiador radical, Christopher Lasch (o Kit, como lo conocían sus amigos, familiares y colegas) fue un perspicaz historiador del radicalismo, y también del liberalismo y el progresismo. El primer libro de Lasch, una versión revisada de su disertación, apareció en 1962 como The American Liberals and the Russian Revolution (Los liberales estadounidenses y la revolución rusa, (***). En ese momento había publicado más de veinte artículos, pero la mayoría eran reseñas que habían aparecido en el periódico St. Louis Post-Dispatch de su padre. (12) Fue con este libro que comenzó a labrarse una reputación académica.
El tema específico de este libro —la crisis causada por la revolución rusa y sus consecuencias para la creencia de los liberales en el progreso y la bondad natural del hombre— no era uno al que Lasch regresaría con frecuencia. Pero incluso aquí, aunque no estaba preparado para tomar en serio ni la alternativa marxista ni la conservadora (13), Lasch había identificado fallas fundamentales en el liberalismo, especialmente su optimismo complaciente y mesianismo. En muchos sentidos, Los liberales estadounidenses… marcó el principio del fin de su identificación con el liberalismo. Ahora en Iowa, se sentía cada vez más atraído por el marxismo que había descartado tan recientemente. En 1962, Lasch publicó una breve pero portentosa reseña en el periódico escolar, el Daily Iowan. El libro en cuestión era Eros y civilización, de Herbert Marcuse. En Marcuse, Lasch encontró tanto a Freud como a Marx a través de la lente del expositor más famoso del Instituto de Investigación Social de Frankfurt. Durante los siguientes veinte años, al menos, no hubo dos pensadores más importantes para el desarrollo intelectual de Lasch.
El siguiente libro de Lasch fue The New Radicalism in America, 1889–1963: The Intellectual as a Social Type (El nuevo radicalismo en Estados Unidos, 1889-1963: El intelectual como tipo social, 1965). Aunque Lasch se estaba familiarizando cada vez más con el trabajo de Freud y Marx y sus epígonos, las categorías freudiana y marxista aún no ocupaban un lugar destacado en su análisis. Por esta razón, y porque aborda los mismos temas, este libro puede verse como una contrapartida de La revuelta de las élites, que aparecería casi treinta años después. De hecho, en El nuevo radicalismo…, Lasch predijo la clase insular de élites que sería el blanco de una condenación abrasadora en Revolt.
A través de estudios biográficos de Jane Addams, Randolph Bourne, Mable Dodge Luhan, Lincoln Steffens y otras figuras de la izquierda de principios del siglo XX, Lasch sostuvo en El nuevo radicalismo… que la aparición del “intelectual” en Estados Unidos había coincidido con el desarrollo del radicalismo, y por tanto que el “radicalismo moderno o liberalismo” es una fase en la “historia social de los intelectuales”. (14) Para Lasch, el surgimiento de una clase intelectual fue problemático porque reflejaba —de hecho, era una consecuencia de— “esa fragmentación cultural que parece caracterizar a las sociedades industriales y posindustriales”. (15) Los intelectuales radicales se vieron a sí mismos como una clase distinta que se oponía a la burguesía, cuyas prácticas educativas, cultura y relaciones sexuales pretendía reformar. Por el contrario, la tradición progresista estadounidense había sido más populista y de clase media en origen y estilo; le interesaba generar una mayor igualdad política y económica, no una transformación cultural.
El elitismo intolerante de los nuevos radicales, argumentó Lasch, en palabras no muy diferentes de las que usaría tres décadas después, los condenó a la ineficacia política. “En el pueblo como un todo —’el pueblo’, en cuyos intereses los nuevos radicales tan a menudo profesaban hablar— despertaron indiferencia en el mejor de los casos y resentimiento en el peor…”. Y su obsesión por superar la represión intangible que creían que caracterizaba a la familia burguesa los hacía casi incomprensibles para los laicos. “La revuelta de los intelectuales no tuvo eco en el resto de la sociedad”. (16)
Por el contrario, lejos de ser demasiado poderoso, para Lasch fue el propio debilitamiento de la familia tradicional provocado por el crecimiento del Estado y la economía industrial lo que generó la revuelta de los intelectuales y su ansiedad flotante. Su tesis básica, que buscaría refinar por el resto de su vida, era la siguiente:
Cuando el gobierno se centralizó y la política se volvió de alcance nacional, como tenía que ser para hacer frente a las energías liberadas por el industrialismo, y cuando la vida pública se volvió anónima y sin rostro y la sociedad una masa democrática amorfa, el viejo sistema de paternalismo (en el hogar y fuera de él) se derrumbó, incluso cuando su apariencia sobrevivió intacta. El patriarca, aunque todavía podía presidir con esplendor a la cabeza de su junta, había llegado a parecerse a un emisario de un gobierno que había sido derrocado en silencio. El mero reconocimiento teórico de su autoridad por parte de su familia no podía alterar el hecho de que el gobierno que era la fuente de todos sus poderes de embajador había dejado de existir. (17)
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The Agony of the American Left (La agonía de la izquierda estadounidense, 1969) y The World of Nations (El mundo de las naciones, 1973), ambos compuestos principalmente de artículos, ensayos y reseñas reelaborados, marcaron el punto culminante de la fase marxista de Lasch. En el primero, Lasch lamentaba que la izquierda radical no tuviera un “programa de cambio” realista porque sus intelectuales habían sido cooptados por el gobierno y las corporaciones y habían aceptado las premisas de la Guerra Fría. Vio esperanza en el resurgimiento de los movimientos radicales de masas de principios del siglo XX abandonados prematuramente, como el populismo y el socialismo, especialmente si estos estaban infundidos con una comprensión marxista de los intereses de clase. En el segundo volumen volvió a tratar los defectos inherentes a los movimientos de reforma liberal y al propio liberalismo. Incluso aquí, donde Lasch sigue empleando el análisis social marxista, es fácil ver cuán poco ortodoxo era su marxismo en su visión de la historia, muy poco parecida a la de Marx. Lasch admitía una “antipatía de larga data hacia las interpretaciones liberales o progresistas de la historia. Nunca he encontrado muy convincentes aquellas explicaciones de la historia en las que nuestra iluminación actual se contrasta con las condiciones de oscuridad del pasado; en las que se considera que la historia ‘marcha’, con reveses ocasionales y reveses menores, hacia un mundo mejor”. (18) Por supuesto, el escepticismo de Lasch hacia la historiografía liberal culminaría en The True and Only Heaven, publicado dieciocho años después.
Sin embargo, la publicación de Refugio en un mundo sin corazón marcó una nueva etapa en la obra de Lasch. Con La cultura del narcisismo y El yo mínimo, representa la primera entrada en la trilogía de críticas psicológicas de la cultura de fines del siglo XX de Lasch. Con la intención de ser una “introducción teórica a un estudio histórico de la familia”, Refugio… también representó una relajación sustancial de los vínculos siempre algo tenues de Lasch con la ortodoxia de izquierda. Irónicamente, como recordó Lasch más tarde, se armó de valor para cortar lazos al leer algunos de los ensayos del filósofo social de la Escuela de Frankfurt, Max Horkheimer, uno de los autores de La personalidad autoritaria. Horkheimer, en el relato de Lasch, había tenido el coraje de cambiar de opinión sobre la familia patriarcal después de que emigró a Estados Unidos “y se encontró con un tipo de familia que parecía producir individuos que carecían de un sentido de propósito o dirección, incapaces de comprometerse con algo o interesarse por cualquier cosa más allá de su placer inmediato, impulsados por deseos mal formados y contradictorios, y sin ningún apego al pasado o al futuro o al mundo que los rodea”. Las crecientes “dudas sobre la conveniencia o incluso la viabilidad de un enfoque experimental abierto de la sexualidad, el matrimonio y la crianza de los hijos” del propio Lasch se confirmaron en el análisis de Horkheimer. Más aún, la “voluntad de Horkheimer de modificar sus preconceptos teóricos e ideológicos a la luz de la evidencia empírica” proporcionó a Lasch “un modelo de integridad intelectual y coraje, en un momento en que tales modelos escaseaban”. Aun así, Lasch todavía consideraba Refugio… como la obra de un radical. Fue la izquierda, argumentó en el prefacio de la edición de bolsillo, la que había sufrido una “reorientación importante” en la década de 1970, no él.
Refugio… intentó defender a la familia sobre la base de dos premisas: la primera era que la familia tiene un papel crucialmente importante en la formación de la personalidad; la segunda fue que ciertos rasgos de personalidad son más compatibles con diferentes tipos de esquemas sociopolíticos que otros. Así, escribió Lasch, incrustando su argumento dentro de un elaborado aparato de teoría psicológica, aquellas fuerzas económicas, culturales y políticas que han debilitado a la familia nuclear burguesa han tenido profundas consecuencias porque también han alterado el desarrollo de la personalidad de la nueva generación. Lasch enfáticamente descreía que la familia fuera un “refugio en un mundo sin corazón”, como suele pensarse (una mala lectura, o más bien una no lectura, de su libro que lamentaba), sino más bien que este había sido el mito convencional de la familia desde la revolución industrial estadounidense de fines del siglo XIX. Lasch creía precisamente lo contrario: que las condiciones de la vida moderna —sus guerras, comercio, política, decadencia social— eran tales que la familia era menos capaz que nunca de servir como refugio del mundo exterior, incluso cuando ese papel era más necesario que nunca.
Lasch creía que la familia había estado en decadencia durante unos cien años. Este declive, una de las principales características de la sociedad moderna, fue el resultado de la expropiación por parte de instituciones sociales más grandes de actividades que antes realizaban las familias. El capitalismo industrial sacó la producción del hogar. Luego, el capitalismo se apropió de las habilidades y conocimientos de los trabajadores, reemplazándolos con una gestión científica y un entorno laboral eficientemente estructurado, burocrático y jerárquico. Al mismo tiempo, la vida privada de los trabajadores quedó cada vez más bajo el control de las autoridades médicas, sociales y gubernamentales. El resultado fue que la gente se había vuelto altamente dependiente de las corporaciones y del Estado centralizado en casi todos los asuntos, lo que los reducía a un grado de servidumbre incompatible con los ideales de la democracia. El más importante de dichos cambios, para los propósitos de Lasch en Refugio…, fue “la expropiación de la crianza de los niños por parte del Estado y de las profesiones de la salud y el bienestar”. Pero insistió en que la socialización de la reproducción estaba intrínsecamente relacionada con la socialización de la producción.
La cultura del narcisismo se basó en el argumento psicológico ofrecido en Refugio… al aplicar sus ideas al “malestar actual” de la cultura estadounidense, esta última una palabra que se uniría con persistencia despiadada a los años de Carter. Una verdadera interpretación virtuosa, uno de esos raros libros que logra mantener una verdadera originalidad durante varios cientos de páginas, La cultura del narcisismo fue, sin embargo, en gran medida un libro de su tiempo, no solo en los temas culturales a los que Lasch prestó atención crítica, sino también en su tono pesimista y desesperado. Aunque trató de proponer algunas razones para la esperanza, las cosas no parecían ir bien en la sociedad estadounidense o, como dice la segunda oración del prefacio de Lasch, “Aquellos que recientemente soñaron con el poder mundial ahora se desesperan por gobernar la ciudad de Nueva York”. (19) La cultura liberal, que parecía “en su decadencia haber llevado la lógica del individualismo al extremo de una guerra de todos contra todos”, parecía estar al borde del suicidio. Además, las críticas liberacionistas tanto de los radicales como de los marxistas se habían vuelto irrelevantes, ya que hablaban de las condiciones que pertenecían al reinado del “hombre económico” pero no del “hombre psicológico”, el tipo humano característico de la nueva era terapéutica que había sido efectivamente liberado del orden burgués supuestamente represivo y autoritario solo para encontrarse esclavizado por su propia apariencia etérea y el Estado paternalista. (20)
La característica definitoria del hombre psicológico, la apoteosis del capitalismo avanzado, era su narcisismo ansioso. Lasch usó la comprensión psicoanalítica de este término para describir una nueva estructura de personalidad socialmente generalizada (si bien a menudo subpatológica) que era la consecuencia de “cambios bastante específicos en nuestra sociedad y cultura: desde la burocracia, la proliferación de imágenes, ideologías terapéuticas, la racionalización de la vida interior, el culto al consumo y, en última instancia, de los cambios en la vida familiar y de los patrones cambiantes de socialización”. (21) Caracterológicamente, el narcisismo se manifestó “profusamente en la vida cotidiana de nuestra época”, escribió Lasch. Individualmente, sus síntomas incluían “dependencia de la calidez vicaria provista por otros, combinada con un miedo a la dependencia, una sensación de vacío interior, ira reprimida ilimitada y ansias orales insatisfechas”, sin mencionar, de manera menos directa, “seudo autoconocimiento”, seducción calculadora, humor nervioso y autoflagelante”. Así lo entendían muchos teóricos psicoanalíticos. La contribución de Lasch fue revelar hasta qué punto las condiciones sociales contemporáneas ayudaron a crear (p. ej., socavando y dispersando la autoridad de los padres, lo que hizo “casi imposible que los jóvenes crecieran”, 22) —y reflejaron (p. ej., en “el miedo intenso a la vejez y la muerte, sentido alterado del tiempo, fascinación por la celebridad, miedo a la competencia, declive del espíritu de juego, deterioro de las relaciones entre hombres y mujeres”) el surgimiento de la personalidad narcisista.
En esencia, sostuvo Lasch, dadas las condiciones sociales actuales —“sin ley, violentas e impredecibles” (23)— los sentimientos de impotencia y dependencia asociados con el narcisismo eran racionales. Más que nunca, el individuo se encontró completamente expuesto al poder del Estado, corporaciones distantes y sus burocracias aparentemente irresponsables. El objetivo de Lasch era mostrar que la respuesta terapéutica a esta situación es contraproducente. “Surgido de una insatisfacción generalizada con la calidad de las relaciones personales, aconseja a las personas que no hagan una inversión demasiado grande en el amor y la amistad, que eviten una dependencia excesiva de los demás y que vivan el momento”, en otras palabras, tiende a reforzar el tipo de rasgos narcisistas “que habían creado la crisis de las relaciones personales en primer lugar”.
En las páginas finales de este rico y densamente argumentado libro, Lasch distingue su crítica de la de los conservadores, a quienes critica por negarse a conectar los cambios sociales y de personalidad descritos por Lasch con “el ascenso del capitalismo monopolista”. (24) Los conservadores libertarios como Ludwig von Mises exageraron la autonomía personal que hizo posible el libre mercado de la misma manera que exageraron la medida en que el Estado estaba fundamentalmente en desacuerdo con la empresa capitalista. De hecho, la cultura terapéutica y de consumo están intrínseca e históricamente relacionadas a través de su conexión con el surgimiento del capitalismo corporativo. “El mismo desarrollo histórico que convirtió al ciudadano en cliente transformó al trabajador de productor en consumidor”. El resultado, ante el cual la ideología procapitalista de los conservadores los ciega, es que luchar contra la dependencia narcisista asociada con la nueva burocracia terapéutica significará resistir también la dependencia creada por el propio capitalismo. Lasch concluye exhortando a sus lectores a observar las “tradiciones del localismo, la autoayuda y la acción comunitaria” o, en otras palabras, a resistir las fuerzas del narcisismo buscando “crear sus propias ‘comunidades de competencia’”. (25)
Notas
(*) Revista de política y cultura fundada por el Partido Comunista de Estados Unidos en 1934. Ya para la década de los cincuenta, la publicación había tomado un cariz socialdemócrata y antiestalinista, e incluso recibió fondos de la Central Intelligence Agency (CIA) de forma encubierta (N. del T.).
(**) Periodista nacido en 1920 y fallecido en 2009. Inicialmente miembro del grupo trotskista conocido como The New York Intellectuals, durante la Guerra Fría dio un giro a la derecha y pasó a ser conocido como el “padrino del neoconservadurismo” (N. del T.).
(***) Pese a que hemos traducido el término “liberalism” como “liberalismo”, conviene precisar que, como es usada en Estados Unidos, la palabra tiene una acepción más cercana a lo que en el resto del mundo se entiende por progresismo. Los “liberals” estadounidenses son la centroziquierda política y la principal colectividad que los representa es el partido Demócrata, en contraposición a los “conservatives” (conservadores) y el partido Republicano. (N. del T.)
(1) Christopher Lasch, The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy (Nueva York, 1995), 5–6.
(2) T. J. Jackson Lears, No Place of Grace: Antimodernism and the Transformation of American Culture, 1880–1920, 2.ª ed. (Chicago, 1994), XX.
(3) Véase, por ejemplo, Patrick J. Deneen, “Christopher Lasch and the Limits of Hope”, First Things (diciembre de 2004), 26–30.
(4) Esta es la frase con la que Lasch terminó su contribución a un simposio de New Oxford Review de octubre de 1991 titulado “Transcending Ideological Conformity: Beyond ‘Political Correctness’, Left or Right (Trascender la conformidad ideológica: más allá de la “corrección política”, izquierda o derecha)”, págs. 20-22. Para el argumento de Lasch de que la división ideológica contemporánea entre izquierda y derecha es obsoleta, véase The True and Only Heaven: Progress and Its Critics (Nueva York, 1991).
(5) Para esta y otra información cronológica y biográfica, estoy en deuda con la cronología publicada en www.library.rochester.edu/rbk/LASCH.stm por la Biblioteca Rush Rhees de la Universidad de Rochester, donde se encuentran los artículos de Lasch.
(6) Esta cita es de Casey Blake y Christopher Phelps, “History as Social Criticism: Conversations with Christopher Lasch”, Journal of American History (marzo de 1994), 1310–32. Esta entrevista informativa, la mejor jamás realizada con Lasch, es otra fuente de muchos de los detalles biográficos informados aquí.
(7) Para un relato apreciativo pero crítico de la importancia de Williams por parte de un pensador contemporáneo, uno que procede desde una perspectiva no muy diferente a la de Lasch, véase Andrew J. Bacevich, American Empire: The Realities and Consequences of US Diplomacy (Cambridge, Mass., 2002) , 23–31. (El historiador John Lukacs, con quien Lasch compartió un podio en al menos una ocasión, estaba mucho menos enamorado de Williams, por decir lo menos: vea su “William Appleman Williams”, incluido en Recorded Past: John Lukacs on History, Historians, and Historical Knowledge: A Reader [Wilmington, Del., 2005].) Otro escritor que aparentemente condujo a Lasch a Marx fue Dwight Macdonald (y, para completar el círculo, Macdonald era un buen amigo de Lukacs).
(8) Antes de 1970, Genovese y Lasch eran amigos, incluso fueron coautores de un artículo sobre la universidad moderna en New York Review of Books en 1969. Pero principalmente por razones personales, al menos en la mente de Lasch, la relación pronto se agrió. En la entrevista de Blake-Phelps, Lasch afirma: “Cuando llegué en el otoño de 1970, . . . [Genovese] ya había alienado a la mayoría de sus colegas, y el departamento estaba irremediablemente dividido”. Las propias dificultades de Lasch con Genovese “comenzaron de inmediato”. No pasó mucho tiempo antes de que Genovese y Lasch ya no se hablaran, y Genovese se estaba volviendo cada vez más aislado en el departamento. La situación se describe como bastante fea (Entrevista con Mark Malvasi, marzo de 2003). Sin embargo, en la entrevista de Blake-Phelps, Lasch dice que a fines de la década de 1970 él y Genovese habían “llegado a una especie de tregua precaria. Aunque a menudo me encontraba en desacuerdo con él, seguí admirando su trabajo. Estuvimos de acuerdo, además, en nuestra oposición al tipo de radicalismo cultural que se estaba volviendo cada vez más frecuente en la izquierda. Nuestras diferencias eran más personales que políticas”.
(9) Lasch había publicado cuatro libros antes de 1970: American Liberals and the Russian Revolution (Nueva York, 1962), The New Radicalism in America, 1889–1963: The Intellectual as a Social Type (Nueva York, 1965), The Social Thought of Jane Addams, que editó (Indianápolis, 1965), y The Agony of the American Left (Nueva York, 1969), una colección de ensayos, The World of Nations; Reflections on American History, Politics, and Culture, apareció en 1973 (Nueva York).
(10) Dos libros de Lasch han aparecido póstumamente. Elisabeth Lasch-Quinn editó una colección titulada Women and the Common Life: Love, Marriage, and Feminism (Nueva York, 1997), una colección en la que Lasch había estado trabajando durante años pero no pudo terminar. Más recientemente, University of Pennsylvania Press publicó Plain Style: A Guide to Write English (2002), que Lasch escribió para uso del departamento de la Universidad de Rochester como una guía para sus desventurados estudiantes de posgrado con una educación precaria.
(11) Revolt of the Elites, 246.
(12) Para una bibliografía de los escritos de Lasch, véase Robert Cummings, “The Writings of Christopher Lasch: A Bibliography-in-Progress”, en www.lib.rochester.edu/rbk/LaschBib.HTM.
(13) En el prólogo del libro, Lasch escribe que no se ocupa de los argumentos conservadores “porque estoy convencido de que la mayoría de los estadounidenses que pensaron en estos asuntos no pudieron, al final, aceptar tal posición” (xii). Esta postura de desdén hacia la tradición conservadora finalmente se disiparía en la década de 1980.
(14) New Radicalism in America, ix.
(15) Ibid., xi.
(16) Ambas citas en este párrafo son de New Radicalism in America, 147.
(17) Ibíd., 111.
(18) World of Nations, xii.
(19) Ambas citas en este párrafo son de The Culture of Narcissism: American Life in an Age of Deminishing Expectations (Nueva York, 1979), xiii.
(20) Lasch tomó estos términos de Philip Rieff. Ver “Reflections on Psychological Man in America” de Rieff, publicado por primera vez en 1960 y recopilado en The Feeling Intellect, editado por Jonathan B. Imber (Chicago, 1990), 3–10.
(21) Culture of Narcissism, 32.
(22) Ibid., 141.
(23) Ibid., 53.
(24) Ibid., 232.
(25) Ibid., 235.
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