(Texto publicado originalmente en Identitas, de Juan Pablo Vitali, publicado por Ignacio Carrera Pinto Ediciones).
En el relato del escritor argentino Carlos Gardini titulado “La Ciudad de los Césares”, la mítica urbe del fin del mundo surge desde el mar y se extiende por la playa a través de tentáculos lovecraftianos que erigen campanarios, palacios y plazas. Ante la aparición, los muertos emergen de sus tumbas, se sacuden los andrajos y salen a recibirla en una suerte de procesión infinita.
Al leer este cuento, no pude sino pensar en Juan Pablo Vitali y su mítico Sur del cual escribió tantos versos y forjó una visión estética consagrada a este sueño. Un ideal geográfico, histórico, heroico, arquetípico. Imagino a Juan Pablo mirando a ultramar como el protagonista del cuento de Gardini y su visión, cristalizada en la legendaria ciudad del sur, emerger en el horizonte y abrirle sus puertas.
Yo quería un lugar que se mantuviera en secreto.
Un santuario, como era mi comarca en un principio.
Quería una tribu tatuada con los caminos de la infancia.
(…)
Pero la vida es siempre lo que queda.
Estamos ahora, remando medio siglo de sangre después.
(Lo que yo quería)
Mencionar a Carlos Gardini no es casualidad. En una de mis conversaciones con Juan Pablo sobre literatura, política e historia – con él podías pasear por todos los temas y aunque el diálogo durara unos minutos maravillarte con su erudición y la coherencia de su mirada – le comenté que estaba leyendo a su compatriota Gardini. Para quienes no lo conocen, Carlos Gardini es probablemente el mayor escritor de ciencia ficción de Argentina. Si bien como lector nunca me ha atraído el género especulativo, la imaginación y la riqueza lingüística de Gardini, quien además fue un respetado traductor, lo empinan por sobre el rango de un simple escritor de género.
Al hablar de Gardini, pensé que Juan Pablo, quien alguna vez fuera librero, lo conocería. Lo que no imaginé es que hubiese una conexión mucho más profunda. No solo había leído a Gardini y lo consideraba una de sus influencias literarias, sino que este autor fue quien editó los primeros relatos de Juan Pablo. No voy a elevar esta coincidencia al nivel de una sincronía de significado mayor, pero tampoco es casualidad que, al hablar con Juan Pablo, con quien veíamos el mundo y el arte de forma tan similar, detectara un parentesco en la estética fantástica, mítica y hasta gótica de ambos autores.
Para el observador superficial, la poesía de Juan Pablo Vitali parece discurrir por su propio sendero, estética y temáticamente tan idiosincrática como su autor. Pero al leerla con atención y experimentar el efecto cumulativo de versos y poemas con símbolos recurrentes, que conversan entre sí y describen cementerios abandonados, estaciones de trenes antiguas y lobos solitarios, el lector puede percibir ese diálogo con la gran literatura que lo formó. Vitali escribió a partir del edificio de una gran tradición literaria y continuó erigiéndolo con sus versos cual construcción que emerge del mar. En este panteón de influencias figuran nombres argentinos como Manuel Mujica Láinez (quien lea El viaje de los siete demonios notará cómo su evocación de imaginería gótica y religiosa se emparenta con la simbología pagana de Vitali), Jorge Luis Borges, Horacio Quiroga, Abelardo Castillo y su muy admirado Abel Posse. A ellos se unen autores góticos como Clark Ashton Smith, Howard Phillips Lovecraft, Arthur Machen, M.R. James, Lafcadio Hearn, Bram Stoker, Mary Shelley y Edgar Allan Poe, de ficción especulativa como Ray Bradbury, Cordwainer Smith, Ursula K. Le Guin y Stanislaw Lem, de fantasía como Robert E. Howard, Lord Dunsany y J.R.R. Tolkien, de terror como Robert Bloch y Frank Belknap Long, poetas como Joan Margarit y Jorge Teillier, y otros escritores inclasificables como Yukio Mishima, Marguerite Yourcenar, Gore Vidal y D.H. Lawrence.
La obra de Vitali es parte de un patrimonio literario universal, aunque su consistencia y su invocación constante del Sur idealizado la circunscriban a un lugar específico del mapa y del alma. Pese a que no sé si le eran familiares, los arquetipos que Vitali invoca en sus versos me recuerdan a dos autores góticos, el austriaco Karl Hans Strobl y el alemán Hanns Heinz Ewers, cuyo compromiso político ha conspirado en contra de su reconocimiento artístico. La imaginería de Vitali sugiere otras conexiones, como la sombra ominosa de lo telúrico sobre el destino del hombre del sur que también inspirara a Miguel Serrano. La coherencia vital y estética de Vitali me recuerda asimismo a las líneas con que otro autor disidente, José Luis Ontiveros, describiera en su novela El hotel de las cuatro estaciones al revolucionario alemán Ernst Niekish: “sumido en sus fervores, enemigo de toda componenda, empeñado en moler su cicuta en cada uno de los signos que febrilmente escribía”.
¿Qué hay en el corazón de los jardines oscuros?
(…)
La silueta de los antepasados buscando con angustia el anclaje futuro de su sangre.
(Los jardines oscuros)
Juan Pablo Vitali nació el 30 de mayo de 1961. “Me crié en una comarca que por los años sesenta todavía estaba habitada por la última oleada de inmigrantes europeos arribados a Argentina,” nos comentó el autor mientras preparábamos la su compilación de poemas titulada Identitas. “Sin dudas, eso me marcó para siempre con sus historias y su cultura”.
Lo que Vitali denominó en su poesía como el “anclaje” de la sangre vertebraba esta “comarca bucólica, donde la diáspora de Europa encontró cierto alivio de sus guerras y sus hambrunas. No fue difícil para mí comunicarme con los antiguos dioses, que vagaban libres de ataduras monjeriles. Los viejos guerreros de la sangre, la antigua gente nuestra estaba más presente en este Sur lejano que en la Europa devastada”.
Entre sus antepasados, Vitali contaba a “anarquistas, nacionalistas republicanos, radicales Yrigoyenistas” y hasta al prócer argentino Juan Bautista Alberdi, autor intelectual de la Constitución argentina de 1853. “Por lo que sé, Vitali es un apellido presente en toda Italia, pero sobre todo en el norte”, recordaba Juan Pablo. Es posible que en su árbol familiar también figure el escritor renacentista Janus Vitalis, autor del poema del siglo XVI, “Romae ruinae”, que un siglo más tarde fuera inspiración del célebre soneto del español Francisco de Quevedo, “A Roma sepultada en sus ruinas”.
Los abuelos de Vitali militaron en el peronismo, del que fueron fundadores. Sus padres se conocieron en las juventudes del movimiento que, para Vitali, “mantenía en ese entonces algo de la pureza de su doctrina. La Tercera Posición nunca fue algo uniforme, pero de algún modo permitía que distintas identidades convivieran bajo una conducción común”.
Pero más allá de su connotación política, la identidad en su sentido primordial fue el faro que motivó su activismo: “Si bien mi ascendencia es la misma que fuera mayoritaria en esta parte del Sur: italianos, españoles y criollos viejos, parecía que solamente yo entre sus muchos descendientes, me sentía ligado a la identidad milenaria”.
Aún no hemos abandonado las costas.
Pero tarde o temprano debemos afirmarnos en el interior del territorio.
Debemos alejarnos de la niebla, buscar la piedra y el sol, la nieve y las alturas. Estamos aún perdidos luego del desembarco, pero ya ha pasado demasiado tiempo.
Hemos envejecido junto a los fantasmas de los naufragios. Ya es hora de desatar las almas encadenadas al barro oscuro.
(La niebla)
La lucha política familiar le permitió ser un joven testigo de grandes hitos de la política argentina e iberoamericana, como la resistencia peronista, la campaña por el retorno de Juan Domingo Perón y la masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1973, cuando se enfrentaron facciones peronistas el día en que su líder volvía al país tras 18 años de exilio.
A los doce años, Vitali ingresó a una de las escuelas secundarias de la Universidad de la Plata, donde más tarde lo encontró el golpe de Estado de 1976.
“Habiendo pasado toda mi niñez en una semiclandestinidad política, me pareció normal acompañar la resistencia contra la dictadura militar que había volteado al gobierno de Isabel Perón. Era el año 1979 y se movían las primeras huelgas y manifestaciones de un movimiento peronista que producía sus últimas actividades dignas”, recordó.
Unos días antes del 2 de abril de 1982, fecha del desembarco de las tropas argentinas en las Islas Malvinas para defender su soberanía ante el imperialismo británico, Vitali fue detenido por difundir una movilización de la Confederación General del Trabajo, la principal central sindical de su país. Eran tiempos convulsos, pero su convicción seguía intacta: “En esa época todavía me interesaba más la política que las letras. Pero a la política ya no le interesaba nada de lo que a mí me interesaba, y se vaciaba por completo de todo contenido”.
Tras la guerra de Malvinas y participar en unos últimos intentos por construir una alternativa nacionalista popular, Vitali se retiró de la militancia política activa.
“De esa época rescato el haber conocido a los viejos militantes patrióticos argentinos. Los que todavía sabían, estaban bien formados y habían participado en proyectos con contenido. Pero era tarde y la reforma constitucional de 1994 consagró el estatuto de la disolución argentina”, dijo.
Fue entonces cuando Vitali decidió reemplazar su biblioteca política por una “filosófica y sobre todo literaria”. Entre los autores que contribuyeron a la formación de su ideario se encuentran Emil Cioran, Ananda Coomaraswamy, Mircea Eliade, Julius Evola, René Guénon, Karl Haushofer, Martin Heidegger, Ernst Jünger, Friedrich Nietzsche, Arturo Reghini y Oswald Spengler.
“Ya había percibido que no hay enfoque político posible sin una identidad precisa”, dijo. “Me di cuenta que la política estaba condicionada por algo más profundo y traté de ir en su búsqueda”.
En esa misma época, escribe sus primeros relatos de literatura fantástica y el año 2000 publica su primer libro, El templario y otros textos, colección de cuentos fantásticos y poesía. Junto con escribir nuevos relatos, Vitali comienza a colaborar en la revista de política y cultura alternativas Ciudad de los Césares así como en sitios en línea y medios impresos del nacionalismo europeo y americano como El Manifiesto y Nihil Obstat. Es el principio de una década de intensa militancia cultural y de creación de textos tanto poéticos como de opinión.
En 2010, aparece su primer libro de poesía, Ser disidente, a través deEdiciones Nueva República. El poema que da nombre al volumen es traducido al italiano, portugués, rumano e inglés, entre otros idiomas, dada la resonancia identitaria que tiene entre los militantes europeos. Junto con colaborar con agrupaciones políticas y proyectos españoles como el Movimiento Social Republicano y Tierra y Pueblo, Vitali leyó a los principales autores disidentes de Europa, como Alain de Benoist, Robert Steuckers y en especial Guillaume Faye, con cuyas ideas tenía mayor afinidad.
Su trayectoria intelectual también lo llevó a indagar en las raíces paganas europeas. “Para ese entonces ya tengo clara la base claramente identitaria de mi actividad, tanto en la comprensión de todo el ciclo indoeuropeo pagano, como lo esencial de ese milenario ciclo etnocultural, más allá de las teorías y las alquimias ideológicas”, dijo. “En tal sentido, busco profundizar en la comprensión del hinduismo y del budismo, como asimismo en los grandes libros de la estirpe: La Ilíada, La Odisea, el Baghavad Gita, las sagas. Recuerdo que recién salido de la secundaria, leí en la vieja facultad de derecho de La Plata La ciudad antigua de [Numa Denis] Fustel de Coulanges y nunca olvidé lo planteado por el autor en cuanto a la base común de la religión y la cultura indoeuropeas. Recuerdo también a [Georges] Dumézil y a los muchos autores denostados que escribieron sobre el tema”.
El mismo año de la publicación de su primer poemario, Vitali abre una librería en la ciudad de La Plata, donde cataloga cerca de 50 mil títulos y continúa ampliando sus lecturas de literatura argentina y universal. No obstante, su principal foco creativo es la poesía, desde la cual sigue refinando su visión estética, orientada por las pulsiones de la sangre y la estirpe. “La poesía siempre ha sido para mí un don que se trabaja o un mandato de los dioses, más un oficio de médium que una construcción intelectual,” dijo.
En 2016, edita dos títulos a través de la Editorial EAS: De pie sobre las ruinas y El libro del sur, este último prologado por el escritor español José Vicente Pascual. Algunos de sus versos son traducidos y publicados en idioma italiano.
Identitas (2021) es la culminación de una obra y una trayectoria artística donde Vitali retorna a los viejos símbolos y profundiza su visión identitaria, pagana y americana del Sur. No hablamos de su “último” libro porque, en palabras del mismo autor, “quedan unas mil páginas para revisar, corregir y eventualmente editar”.
Nunca hubo lobos en estos senderos del Sur.
Acaso sea hora de soñar con ellos,
hasta que se abran las bodegas de los barcos,
donde por años esperaron su momento.
(Nostalgia de lobos)
La literatura de Juan Pablo Vitali puede ser considerada “política” en el sentido que no elude temas urgentes – de vida o muerte, para ser más precisos – pero no se degrada en lo panfletario o el didacticismo de la ficción instrumentalizada. Su perspectiva poética puede apreciar la épica que contienen los lugares olvidados por la modernidad y reconstruir la vida de una vieja estación de tren o el testimonio del ingenio humano de la gran arquitectura que para el hombre común es solo el decorado de fondo de la cotidianeidad. Es en esa nostalgia del futuro, en sus versos que bien podríamos llamar arqueofuturistas, la obra de Vitali se distingue de tanta poesía contemporánea y su contemplación superficial de la naturaleza, sus observaciones pedestres, sus aforismos parrianos mezcla de frase ingeniosa y slogan publicitario, sus juegos lingüísticos que no pasan del histrionismo o el dicho ocurrente, su lenguaje que no es más que mala prosa sincopada propia de una era de infantilismo, autocensura y descreimiento.
Mientras el poeta de hoy habita en la cotidianidad o la intimidad más doméstica, articulando observaciones y sentimientos sublimados por un cinismo y falta de atrevimiento (o talento) que clausura las posibilidades del idioma, Vitali regenta el Sur donde la estirpe alcanzó glorias históricas y sobre el cual añora continuar la tarea fáustica del Imperium por parte de un pueblo que lleva la patria en las venas. Mientras unos interactúan en la esfera privada, Vitali dialoga con la historia y la sangre.
En su poema “Bushido”, Vitali escribe sobre el regreso de la tradición heroica fundada en la estirpe de un pueblo milenario:
Pero cuando ya nada quede, el amor al acero
volverá, y la muerte será un poco más justa
con los nuestros.
Cuando lo leí por primera vez, le comenté a Juan Pablo que su evocación del guerrero me recordaba a lo que otro autor que marchara en nuestras filas, el francés Jean Cau, escribiera sobre la última noche de un kamikaze en su libro El caballero, la muerte y el diablo:
“Al amanecer, se estrellará contra el crucero en el resplandecer inmenso de un sol rojo (…) Si es verdad que la causa está perdida, ¿quiere esto decir que debe renunciarse a luchar por ella? Además, ¿qué quiere decir “causa perdida”? ¿Es que se muere por una causa cuando todo está “perdido”, o por la idea que esa muerte os da de vosotros mismos? (…) Por otra parte, nosotros, los “vencidos”, tendremos nuestra victoria: un día el enemigo cantará nuestras gestas y se preguntará, inquieto, si nuestra muerte tan insigne no es el signo, bajo una visión eterna, de su derrota. Pensará, en el fondo de su corazón: hemos quemado sus banderas, pero ¿dónde está nuestra victoria ante su última afirmación?”.
Y Vitali parece responderle en su poema “Taiyò”:
Mishima no podrá verlo,
pero otros ojos tan sagrados como los suyos,
estarán viendo ondear las banderas
y oyendo a los tambores tronar.
Sí…ellos volverán,
y nosotros estaremos con ellos otra vez,
para perder o para ganar.
La gran literatura siempre conversa con la tradición y en sus pliegues esconde resonancias imperceptibles salvo para las sensibilidades unidas por un ideal que cruza las épocas y hermana a los hombres, en especial a los poetas. En la época más oscura, esos individuos pueden sentirse aprisionados en esta sociedad de libertad ilusoria al igual que los hombres que en el pasado sufrieron la opresión palpable en su lucha por dicho ideal. Tal como otro francés, Robert Brasillach, escribiera durante el cautiverio previo a su ejecución en el poema “Los nombres en la paredes”:
Pienso en vosotros, los que soñabais,
Pienso en vosotros que sufríais,
En vosotros, cuyo lugar hoy he tomado yo,
Si mañana se nos permite la vida,
Los nombres que en estas paredes se rompen,
¿Serán nuestra contraseña?
A través del tiempo, Vitali parece responderle con estas líneas de su poema “Escrito en los muros de la prisión”:
En tu último día de cárcel
o en la mañana de tu liberación,
quiero que leas los símbolos
que tu gente traza para aliviarte el dolor.
Cuando el espejo te devuelva
la imagen demacrada de azogue,
un rostro envejecido de encierro
en la quieta memoria de los muros,
quiero que sepas que alguien cercano
traza símbolos para que tu sangre perdure
y tu pensamiento conserve la pasión.
Esta hermandad en la disidencia no obsta a que Vitali forjara su propio rumbo. No es casualidad que en muchos poemas recurra a la imagen del lobo, animal que puede convivir con otros de su especie, pero que también toma su propio camino cuando es joven y busca nuevos territorios. Esta soledad lo hace más sagaz – y peligroso – que el lobo de manada.
******
Ahora vas con tu dios por los caminos desteñidos de la sangre,
aunque no sepas bien el día, en que el viento del río te llevará con los barcos perdidos a la bodega misteriosa de todos los desembarcos.
(Atardecer)
Juan Pablo Vitali murió el 4 de mayo de 2021, a unas semanas de cumplir sesenta años. Tuve el privilegio de conocerlo en sus últimos meses de vida. Nuestras conversaciones se dieron por mensajes de audio que todavía guardo en mi teléfono, un recordatorio espectral de que, pese a la infiltración de la tecnología y la comunicación virtual en nuestras vidas, aún se puede lograr una conexión humana. Uno de nuestros últimos intercambios fue sobre el millar de páginas inéditas que había escrito y sobre un nuevo proyecto literario acerca de la historia oculta del Sur.
Puede que Juan Pablo se haya llevado esas páginas y esos planes a esa Ciudad de los Césares que lo hermana con Carlos Gardini o esa Agartha que lo sitúa junto a Abel Posse, aunque su ciudad mítica era más bien una región. Un Sur que conocía, pero que también añoraba y buscaba pese a que ya existía en su imaginación. Un espacio ideal que recuerda a las palabras de uno de los filósofos predilectos de Juan Pablo, el italiano Arturo Reghini, en el prólogo de su obra Dei Numeri Pitagorici:
“Le leggi, le proprietà, le armonie numeriche che si offrono alla nostra contemplazione non sono invenzione umana, esse preesistono, esse sono nella profondità abissale dell’interiorità; e provano che alla bellezza del cosmo visibile corrisponde un altrettanto mirabile bellezza dell’universo interiore”.
(Las leyes, las propiedades, las armonías numéricas que se abren a nuestra contemplación no son una invención humana, preexisten, se encuentran en la profundidad abisal de la interioridad; y prueban que a la belleza del cosmos visible corresponde una belleza igualmente admirable del universo interior).
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