
(Traducción de Gonzalo Soaje, gonzalosoaje@ignaciocarreraediciones.cl)
Ciencia e ideología: un problema de método
Ninguna de las palabras que usamos en el curso de discusiones y análisis sociales y políticos es ideológicamente neutral. Fuera de la ideología por completo, tales palabras pierden su significado. Y no es posible determinar la actitud de uno hacia ellas sin ambigüedades, ya que el contenido de cualquier expresión está conformado por el contexto y las estructuras semánticas, una especie de sistema operativo. Cuando vivimos en una sociedad con una ideología obvia, mantenida abiertamente como la dominante, las cosas están lo suficientemente claras.
El significado de las palabras fluye directamente de la matriz ideológica, que se inculca a través de la educación, la educación y la instrucción y es apoyada por el aparato ideológico activo del Estado. El Estado forma un lenguaje, define el significado del discurso y establece, la mayoría de las veces a través de medidas represivas, ampliamente entendidas, los límites y el matiz moral de la colección básica de conceptos y términos políticos y sociológicos.
Si vivimos en una sociedad en la que domina la ideología comunista, conceptos como “burguesía”, “fascismo”, “capitalismo”, “especulación”, etc., adquieren no solo un contenido estrictamente negativo, sino también un significado específico, con el que los capitalistas, fascistas y especuladores estarán categóricamente en desacuerdo. El desacuerdo se refiere no solo a los signos, sino al significado mismo de las palabras. La forma en que un comunista ve a un fascista o un capitalista les parece a los mismos fascistas y capitalistas una caricatura, una distorsión. Y, por supuesto, al revés: el fascismo le parece natural al fascista y el comunismo un mal evidente, mientras que él se comprende y se ve a sí mismo de manera radicalmente diferente a sus oponentes ideológicos.
Lo mismo ocurre con el capitalista. Para él, el comunismo y el fascismo son casi igualmente malvados. El capitalista a menudo no se considera burgués. La especulación es para él una forma de realización de los derechos económicos naturales, y al sistema que defiende lo suele considerar una sociedad libre, una sociedad abierta. Ni el análisis marxista de la apropiación de la plusvalía, ni la crítica fascista de la red de obligaciones y pagos de intereses y la oligarquía financiera internacional, que usurpa el poder sobre pueblos y naciones, lo convencen jamás de nada.
Las ideologías son similares a las religiones; de ahí que Carl Schmitt habla de “teología política”. Cada uno cree de manera sagrada en sus propios valores e ideales, y la crítica o la disculpa por valores alternativos a menudo no tienen ningún efecto (excepto en algunos casos de cambio confesional, que ocurre en la historia de la religión y en la historia de las enseñanzas políticas).
En consecuencia, antes de hablar seriamente de uno u otro término, es necesario determinar en qué contexto ideológico lo estaremos considerando. Alguien objetará: la ciencia debe adoptar una posición neutral. Eso es imposible. En este caso, la ciencia pretendería el estatus de una metaideología, es decir, una especie de “verdadera ideología”, de la cual todas las demás ideologías son formas relativas. Pero nadie estará de acuerdo con esto, incluso si a alguien se le ocurriera hacer alarde de tales ambiciones.
En el ámbito religioso surgen periódicamente enseñanzas sincréticas, que afirman que son la expresión de la “verdad absoluta” y que todas las demás religiones históricas son sus manifestaciones relativas. Pero, por regla general, estas tendencias no gozan de gran popularidad, siguen siendo propiedad de círculos más bien reducidos y las principales confesiones las niegan como “herejías”. Asimismo, la ciencia no puede reclamar el estatus de metaideología y seguir siendo relevante. Pero se diferencia de la ideología ordinaria por tres características:
1. Reflexiona claramente sobre las estructuras del paradigma ideológico que considera (la gente común ni siquiera sospecha que lo que les parece su “opinión personal” es un producto secundario o incluso terciario del procesamiento ideológico, cuyos mecanismos están completamente ocultos a la ellos);
2. En el curso del análisis del discurso ideológico, utiliza las técnicas de la lógica clásica (las leyes de Aristóteles y el principio de razón suficiente de Leibniz);
3. Es capaz de construir una matriz comparativa de las correspondencias entre diversas ideologías, yuxtaponiendo estructuras en sus fundamentos y estableciendo simetrías y oposiciones entre discursos separados y sus elementos.
Así, al considerar cualquier concepto o término es posible proceder de dos maneras: o interpretándolo desde la posición de una u otra ideología, sin profundizar en sus fundamentos y sin compararlo con otras interpretaciones (este es el nivel de la propaganda y análisis/periodismo aplicado de baja calidad), o para atender al método científico, que no nos libera de la adherencia a una ideología, sino que nos obliga a razonar, observando las tres reglas del enfoque científico antes mencionadas (paradigma, lógica, comparación).
Proponemos considerar el concepto de “clase media” precisamente en este espíritu científico.
De casta a clase
El concepto de “clase media” es crucial para la ideología liberal-capitalista. Aunque apareció más tarde que la teoría marxista de la lucha de clases y la famosa doctrina comunista de las dos clases antagónicas, la burguesía y el proletariado, el significado mismo del término “clase media” tiene una historia mucho más larga y tiene sus raíces en el período de las revoluciones burguesas y el surgimiento del Tercer Estado, que en adelante reclamó el monopolio en las esferas política y económica.
Antes de considerar la “clase media”, pasemos al concepto de “clase” como tal. La clase es un concepto de la organización social de la modernidad. Los antiguos órdenes y sistemas sociopolíticos se basaban en el principio de castas. Por “casta” deberíamos entender la doctrina de que la naturaleza interior de diferentes personas difiere cualitativamente: hay almas divinas y almas terrenales (salvajes, demoníacas). La casta refleja precisamente esta naturaleza del alma, que el hombre no es capaz de cambiar durante su vida. La casta es fatal. La sociedad normal, según esta concepción, debe construirse de modo que los de naturaleza divina estén arriba (la élite) y los de naturaleza terrenal (salvaje, demoníaca) debajo (las masas). Así es como se organiza el sistema indio de Varna, al igual que las antiguas sociedades judía, babilónica, egipcia y otras.
Esta teoría de castas fue reemplazada por una teoría del estamento más flexible. El estamento también propone una diferencia en las naturalezas de las personas (existencia de superiores e inferiores), pero aquí el hecho de nacer en uno u otro estamento no se considera un factor final y natural en la determinación de la pertenencia a un determinado estatus social. El estamento puede cambiarse si el representante de un estamento inferior logra una gran hazaña, demuestra cualidades espirituales únicas, se convierte en miembro del sacerdocio, etc.
Aquí, junto con el principio de casta, opera el principio de meritocracia, recompensa por los servicios, extendiéndose también a los descendientes de quien realizó la hazaña (ennoblecimiento). La sociedad de estamentos fue predominante en la civilización cristiana hasta el final de la Edad Media. En la sociedad estamental, los estamentos más altos son el sacerdocio (clero) y los militares (aristocracia), y el más bajo es el Tercer Estado de campesinos y artesanos. Precisamente de la misma manera, en una sociedad de castas, los sacerdotes y guerreros (Brahma y Kshatriya) eran los más altos, y los más bajos eran los campesinos, artesanos y comerciantes (Vaishya).
La modernidad se convirtió en la era del derrocamiento de la sociedad estamental. Las revoluciones burguesas de Europa exigieron la sustitución de los privilegios de los estamentos superiores (el clero y la aristocracia militar, la nobleza) en favor del Tercer Estado. Pero los portadores de esta ideología no eran los campesinos, conectados con la sociedad tradicional por el carácter específico del trabajo estacional, la identidad religiosa, etc., sino los ciudadanos y burgueses más móviles (“burgués” se forma a partir de la palabra alemana “Burg”, “burgo”. Por lo tanto, la modernidad dio la primera prioridad precisamente a la gente del pueblo-ciudadano-burgués como unidad normativa.
Las revoluciones burguesas abolieron el poder de la Iglesia (clero) y la aristocracia (nobleza, dinastías) y avanzaron el modelo de construcción de la sociedad sobre la base de la dominación del Tercer Estado, representado precisamente por la gente del pueblo-ciudadano-burgués. Eso es capitalismo. El capitalismo, en su victoria, reemplaza las distinciones de estamento, pero conserva las materiales. Surge así la noción de clase: clase significa un indicador de la medida de desigualdad. La burguesía abolió la desigualdad de estamentos, pero preservó la desigualdad material. En consecuencia, precisamente la sociedad capitalista burguesa de la modernidad es una sociedad de clases en el pleno sentido de la palabra. Anteriormente, en la Edad Media la pertenencia al estamento era el principal atributo social. En la modernidad, toda la estratificación social se redujo al atributo de riqueza material. La clase es un fenómeno de la modernidad.
Clases antagónicas en el marxismo
El carácter de clase de la sociedad burguesa, sin embargo, no fue percibido de manera más distintiva por la ideología de la burguesía, sino por Marx. Elaboró su enseñanza revolucionaria sobre la base del concepto de clase. En su fundamento estaba la idea principal de que la sociedad de clases y la desigualdad material que la caracteriza, elevada al más alto criterio, expone la esencia de la naturaleza de la sociedad, el hombre y la historia. En la imagen de clase de Marx, siempre hay ricos y pobres, y los ricos siempre se vuelven más ricos y los pobres más pobres. En consecuencia, hay dos clases, la burguesía y el proletariado, y su lucha es el motor y el sentido de toda la historia sociopolítica y económica.
Todo el marxismo se construye sobre esta idea: cuando hablamos de clases, hablamos de dos clases antagónicas, cuya diferencia no es relativa, sino absoluta, ya que cada una encarna en sí misma dos Mundos irreconciliables: el mundo de la Explotación y el mundo del Trabajo honesto. Hay dos clases: la clase del Trabajo (el proletariado) y la clase de la Explotación (la burguesía). En el sistema capitalista, domina la clase de Explotación. La clase del Trabajo debe tomar conciencia de sí misma, surgir, derrocar a la clase de los Explotadores, crear primero el Gobierno del Trabajo (la clase obrera), el socialismo, y luego, cuando todos los restos de la sociedad burguesa sean destruidos, aparecerá la sociedad comunista, ahora completamente sin clases. Pero esta sociedad sin clases, según Marx, solo es posible después de la victoria del proletariado y la destrucción radical de la burguesía.
Para Marx, una “clase media” simplemente no puede existir. Este concepto no tiene una semántica independiente en la ideología marxista, ya que todo lo que hay entre la burguesía y el proletariado (por ejemplo, la pequeña burguesía o el campesinado próspero) se relaciona esencialmente con la burguesía o con el proletariado. Para los marxistas, la “clase media” es una ficción. No existe, y el concepto en sí no es más que un instrumento de la propaganda ideológica de los capitalistas, tratando de engañar al proletariado, prometiendo una futura integración en la clase de la burguesía (lo que, según Marx, no puede ocurrir, ya que la apropiación de la plusvalía impide de raíz el enriquecimiento del proletariado).
Podemos sacar la siguiente conclusión: el término “clase media” es una ficción para los marxistas, una figura artificial de la ideología burguesa, llamada a ocultar el cuadro real de la sociedad y los procesos que en ella ocurren. Al mismo tiempo, los marxistas admiten el hecho de una transición de la sociedad estamental a la sociedad de clases y, en consecuencia, coinciden con la burguesía en que una sociedad de desigualdades materiales (sociedad de clases) es “más progresista” que una sociedad de desigualdad de estamentos, pero están en desacuerdo en que para los comunistas esto no es el “fin de la historia”, sino solo el comienzo de una lucha revolucionaria en toda regla; mientras que los liberales insisten en que la desigualdad material es completamente moral y está justificada y sostienen que la lucha de los comunistas por la igualdad material es, por el contrario, amoral y patológica. Para los liberales, “el fin de la historia” comienza cuando todos se convierten en “clase media”. Para los comunistas, comienza cuando el proletariado destruye completamente a la burguesía y construye una sociedad comunista de total igualdad.
La clase como clase media en el liberalismo
El concepto de clase media está implícitamente presente en la ideología liberal desde el principio, pero solo recibe plena implementación en el curso del establecimiento de la sociología, que intentó combinar muchas tesis de vanguardia del marxismo (en particular, la centralidad del concepto de clase) y las condiciones burguesas, representando una especie de forma híbrida, ideológicamente entre comunismo y liberalismo, pero acentuando como prioridad precisamente un enfoque científico (es decir, los tres criterios que distinguen a la ciencia, incluso la ciencia ideológica, de la ideología pura). Podemos distinguir dos polos en sociología, el social (la escuela de Durkheim, las teorías de Sorokin, etc.) y el liberal (Weber, la escuela de Chicago en Estados Unidos, etc.)
En cualquier caso, el carácter específico de la comprensión liberal de la clase es la convicción de que en la sociedad burguesa estándar hay una sola clase, y todas las diferencias entre las profundidades y las alturas son relativas y condicionales. Si para Marx siempre hay dos clases, y existen en una enemistad implacable, para los liberales (Adam Smith, por ejemplo) siempre hay esencialmente una clase, la burguesía. La burguesía abraza nominalmente a toda la sociedad capitalista. Las capas más pobres de esta sociedad son incompletamente burguesas. Los más ricos son supraburgueses. Pero la naturaleza social de todas las personas es cualitativamente idéntica: a todos se les dan las mismas oportunidades de partida, des de las cuales el burgués puede alcanzar un cierto nivel de éxito o no alcanzarlo y caer en el incompletamente burgués.
Por tanto, Adam Smith toma como situación estándar la siguiente narrativa liberal clásica. El panadero contrata a un trabajador, que acaba de llegar a la ciudad a trabajar. Después de trabajar como asistente del propietario, el trabajador contratado aprende a hornear pan y observa la organización de los procesos de interacción con proveedores y clientes. Después de un tiempo, el trabajador contratado pide prestado crédito y abre una panadería. Después de trabajar primero de forma independiente, finalmente contrata a un ayudante, que ha venido a la ciudad para trabajar, y el ciclo se repite.
En este modelo, vemos lo siguiente: se piensa en toda la sociedad como clase media. Pero está la clase media que ya es y la clase media que todavía no. En esta imagen, el trabajador asalariado no forma un tipo peculiar, sino que representa al potencialmente burgués, mientras que el panadero preparado es en realidad burgués, pero incluso él, llegando a la ruina, puede teóricamente estar en la posición de trabajador asalariado (todavía no burgués). Si, según Marx, la cantidad de riquezas en la sociedad es una cantidad fija, y precisamente en esto se basa la presencia de dos clases (los que tienen riquezas nunca las compartirán con los pobres, ya que estamos hablando de un juego de suma cero), entonces, para Smith, las riquezas aumentan constantemente. Como resultado, los límites de la clase media se expanden continuamente. El capitalismo se basa en la presunción del crecimiento constante de la riqueza de todos los miembros de la sociedad, e idealmente toda la humanidad debe convertirse en clase media, es decir, burguesía.
Al mismo tiempo, hay dos enfoques de la clase media en la ideología liberal. El primero corresponde a los liberales de izquierda: insisten en que la supraburguesía, la gran burguesía, comparte conscientemente una parte de las ganancias con la media y pequeña burguesía, ya que esto conducirá a la estabilidad del sistema y a una aceleración del crecimiento de la clase media a nivel mundial. El segundo es característico de los liberales de derecha: objetan que el gravamen de la gran burguesía por proyectos sociales contradice el espíritu de la libre empresa y frena la dinámica de desarrollo del sistema capitalista, ya que precisamente la gran burguesía estimula el crecimiento de la burguesía media, que a su vez urge a la pequeña burguesía y a la “aún no” burguesía. En consecuencia, el concepto de clase media se convierte para los liberales de izquierda en un eslogan ideológico, un valor moral, mientras que para los liberales de derecha el crecimiento de la clase media es una consecuencia natural del desarrollo del sistema capitalista y no exige una atención especial o elevación a un valor.
Clase como estratos sociales en sociología
En sociología, esta actitud ideológica básica del liberalismo sobre la primacía de la clase media se manifiesta en la relativización del modelo de estratificación. La sociología divide a la sociedad en tres clases, alta, media y baja (a esto a veces se agrega la subclase de los marginales puros y los desviados sociales), pero estas clases no son idénticas a los conceptos de clase marxistas ni estrictamente liberales (ya que el liberalismo solo conoce una clase, la clase media, mientras que las otras se consideran sus variaciones). Esta división fija la dimensión de los individuos a lo largo de cuatro indicadores: suficiencia material, nivel de fama, posición en la jerarquía administrativa y nivel de educación. Sobre la base de criterios estrictamente cualitativos, cualquier persona puede relacionarse con uno de los tres estratos sociales.
Aquí el concepto de clase no tiene un contenido ideológico directo, pero por regla general se aplica a la sociedad burguesa, donde apareció la sociología como ciencia. Estas clases sociológicas, identificadas con los estratos sociales, deberían distinguirse de las clases marxistas y de las concepciones liberales estándar sobre la clase media como clase universal y única.
En este caso, en un marco burgués, la lucha por los derechos de la clase baja o el apoyo de la clase baja (en un sentido sociológico) puede considerarse como una continuación de izquierda del enfoque liberal: la atención a la capa inferior de la sociedad burguesa estipula esforzarse por facilitar su integración en la clase media, es decir, por elevarla al nivel de la burguesía. Para los liberales de derecha, tal esfuerzo es “amoral”, ya que contradice el principio fundamental de la libertad social: la autoayuda y la competencia honesta (el fuerte gana, el débil pierde y esas son las reglas del juego; todos deberían esforzarse por ser fuertes). La versión extrema del liberalismo de derecha o incluso de extrema derecha es el objetivismo de Ayn Rand.
La clase media desde una perspectiva nacionalista
Queda por considerar el último sistema ideológico de la modernidad, el nacionalismo. El nacionalismo es una variación de la ideología burguesa, que insiste en que el horizonte estándar de la sociedad burguesa no debe ser la humanidad (el cosmopolitismo abierto de los liberales clásicos, el globalismo), sino la sociedad en las fronteras de un Estado nación. Se toma a la nación como la máxima unidad de integración. El mercado está abierto dentro de los límites de la nación. Pero en el sistema interestatal, la actividad económica pasa al nivel del Estado, no de los actores privados. De aquí surge la legitimación de instrumentos como aranceles, proteccionismo, etc.
El nacionalismo no piensa en la clase media de forma abstracta, sino concreta, como la clase media de una determinada formación nacional, el Estado. El nacionalismo también, como el liberalismo, acepta como figura estándar de la sociedad a la gente del pueblo-ciudadano-burgués, pero pone el acento precisamente en el ciudadano y lo que es más, el ciudadano de un determinado Estado nacional. La nación como formación política se convierte en sinónimo de sociedad burguesa. Para los nacionalistas, más allá de esta sociedad solo existe una zona de riesgo nacional y social. Aquí se piensa en la nación como una comunidad de clase media. Y la tarea consiste en integrar las capas inferiores en el conjunto nacional, incluso con la ayuda de medidas socialistas. Es por eso que el nacionalismo puede poseer numerosos rasgos socialistas, aunque la base ideológica aquí es diferente: llevar a los económicamente débiles al nivel de la clase media es una tarea de integración nacional, no una consecuencia de la orientación hacia la justicia y la igualdad material. Algo similar ocurre con los liberales de izquierda, que consideran que la ayuda a la integración de la clase baja es una condición para la estabilidad del desarrollo del sistema capitalista.
El nacionalismo, por regla general, se relaciona negativamente con las minorías nacionales y especialmente con los inmigrantes. Esto está relacionado con el hecho de que a los ojos de los nacionalistas estos elementos perturban la homogeneidad de la clase media nacional. Además, se culpa a algunas minorías nacionales de concentrar en sus manos demasiada riqueza material (un desafío a la clase media nacional “desde arriba”; un ejemplo de esto es el antagonismo hacia los oligarcas y los ejemplos históricos de “antisemitismo económico”, no extraños al propio Marx), mientras que se culpa a otros por aumentar el número de los estratos más bajos y las clases bajas, cuya integración se complica por las diferencias nacionales (las quejas se hacen con mayor frecuencia contra los inmigrantes); una variante del nacionalismo antiinmigrante consiste en la acusación de que el aumento de la mano de obra barata frena el proceso de enriquecimiento de la población “nativa” y el crecimiento “armonioso” (para los nacionalistas) de la clase media.
El subtexto ideológico para la consideración del problema de la clase media en la Rusia contemporánea
Después de hacer estos necesarios refinamientos metodológicos, finalmente podemos plantear la pregunta: ¿qué es la clase media para Rusia? ¿Cuáles son sus perspectivas? ¿Es importante para nosotros o, por el contrario, las discusiones al respecto son opcionales y secundarias?
Es imposible responder a esto sin recurrir a una de las tres ideologías clásicas (incluidas las versiones contenidas en cada una a través de las polaridades de izquierda y derecha).
Si adoptamos la posición del liberalismo de derecha, la respuesta es la siguiente: no debemos prestar atención a la clase media; lo más importante es asegurar la máxima libertad económica (eliminación total del gobierno en las empresas, impuestos que se aproximen a cero, etc.), y todo funcionará en armonía. Los liberales de derecha y los globalistas consistentes están convencidos de que el crecimiento de la clase media en Rusia no puede ser el objetivo, sino que se convertirá en una consecuencia de su integración en la economía global, la apertura de los mercados internos para la competencia externa y el rápido desmantelamiento del Estado nacional fuerte.
Si adoptamos la posición del liberalismo de izquierda, entonces nuestra actitud cambia sustancialmente. La ampliación de la clase media es la tarea número uno para nuestra sociedad, ya que el establecimiento exitoso del capitalismo en Rusia depende precisamente de esto, al igual que su integración en la comunidad internacional, como resultado. Una clase media pequeña y débil facilita la degradación de la sociedad a los lumpen y oligarcas e indirectamente ayuda a las tendencias antiliberales nacionalistas y socialistas a tomar el control sobre las mentes de la población. La injusticia social en el acceso a las posibilidades de surgir, el volumen de la clase baja y el lento crecimiento de la clase media exigen una atención especial y la ejecución de políticas dirigidas a objetivos, ya que de ello depende el destino del capitalismo en Rusia. De ahí que la lucha por la clase media sea una consigna de los liberales de izquierda. Ellos son los que con mayor probabilidad plantean este tema, ya que es el núcleo de sus posiciones ideológicas.
Si somos marxistas contemporáneos por inercia o elección consciente, entonces cualquier mención de una clase media debe evocar nuestra rabia, ya que esta es la plataforma ideológica de los enemigos jurados del comunismo, los liberales burgueses. Para los comunistas, lo siguiente es correcto: cuanto más estrecha es la clase media, más agudas son las contradicciones sociales y más agudo el imperativo de la lucha de clases del proletariado contra la burguesía. Así, un gran porcentaje de los estratos sociales más bajos y las clases bajas en contraste con oligarcas prósperos es para los comunistas la imagen social ideal. Para los comunistas, la clase media es una mentira, un mal, y su ausencia o subdesarrollo es una oportunidad y una ventana de oportunidad para la revolución. Si algún “comunista” piensa lo contrario, entonces no es comunista, sino revisionista y conciliador con la burguesía.
Si somos nacionalistas, entonces la clase media adquiere para nosotros una dimensión adicional. Se piensa que es el esqueleto de la sociedad nacional en oposición a la “subclase inmigrante” y la “oligarquía nacida en el extranjero”. Eta es la noción peculiar de clase media en el marco nacionalista. Y los bordes cortantes de esta concepción de la clase media están dirigidos contra los oligarcas (la clase alta) y los inmigrantes (la clase baja y la subclase), y la clase media en sí es considerada como la clase nacional, es decir, como la clase rusa, el emprendedor ruso, el propietario ruso, burgués ruso, etc.
Es del todo evidente que es imposible hablar de clase media como tal, sin adherirse (conscientemente o no) a una posición ideológica. Pero como en Rusia, según la constitución, no existe una ideología estatal, teóricamente podemos interpretar a la clase media como queramos. El hecho de que este concepto se haya convertido en el centro de las discusiones atestigua que, en la Rusia contemporánea, por la inercia de los años 90 y principios de los 2000, prevalece precisamente un paradigma liberal. En ausencia de una ideología estatal, los liberales, no obstante, se esfuerzan por imponernos su paradigma como dominante.
Realicemos un experimento mental: se está llevando a cabo una discusión sobre la clase media en una plataforma socialmente significativa, por ejemplo, en una de las principales estaciones de televisión de Rusia. Participan representantes de todas las posibles ideologías de la modernidad: liberales rusos, comunistas rusos y nacionalistas rusos. Los primeros (liberales rusos) dicen: “el crecimiento de la ‘clase media’ y la elevación del nivel de riqueza para el ciudadano de Rusia es la principal tarea de nuestra sociedad”. El segundo (comunistas rusos): “la privatización ilegal en los años 90 puso la propiedad nacional en manos de los oligarcas; miren cómo vive nuestra gente en las provincias; allí hay una pobreza absoluta”. El tercero (nacionalistas rusos): “los inmigrantes ilegales están quitando puestos de trabajo a los rusos, y todos están dirigidos por oligarcas judíos y caucásicos. Eso es una catástrofe para la clase media rusa”. A pesar de que a los espectadores les pueden gustar las tres posiciones, el jurado y los “expertos respetados”, sin duda, otorgarán la victoria a los liberales. Esto significa que todavía nos encontramos en la condición de dictadura ideológica del liberalismo. Esto a pesar de que la sociedad, reconociendo el derecho al discurso liberal, le niega total y persistentemente la supremacía y el derecho absoluto; en contraste con la élite política, para quienes los dogmas liberales (opcionales, como lo son todas las construcciones ideológicas) siguen siendo sagrados e inquebrantables.
De esto podemos sacar una conclusión: la clase media y la discusión sobre ella refleja el orden ideológico de los liberales en la élite política y económica de Rusia. Si no compartimos los axiomas liberales, entonces no consideraremos este tema en absoluto o daremos una interpretación (marxista o nacionalista) tal que los mismos liberales la negarán enérgicamente, más lejos del pecado (para evitar la expiación por los delitos sociales y nacionales de los 90).
La cuarta teoría política: más allá de la clase
En conclusión, podemos realizar un análisis de la clase media en el contexto de la Cuarta Teoría Política. Esta teoría se basa en el imperativo de superar la modernidad y las tres ideologías políticas en orden (el orden tiene un significado tremendo): (1) liberalismo, (2) comunismo, (3) nacionalismo (fascismo). El tema de esta teoría en su versión simple es el concepto “narod” [aproximadamente: Volk, o “pueblo” en el sentido de “gente” y “pueblos”, no “masas”], y en su versión compleja la categoría heideggeriana del Dasein. Podemos decir como una cierta aproximación que narod debe ser pensado existencialmente, como la presencia viva, orgánica e histórica de los rusos en un paisaje espacial cualitativo, en las extensiones de la Gran Rusia. Pero si el sujeto es el narod y no el individuo (como en el liberalismo), no dos clases antagónicas (como en el marxismo), y no la nación política (como en el nacionalismo), entonces todos los elementos obligatorios de la imagen moderna del mundo cambian. Ya no hay materialismo, economismo, reconocimiento de la fatalidad y universalidad de las revoluciones burguesas, el tiempo lineal, la civilización occidental como norma, el secularismo, los derechos humanos, la sociedad civil, la democracia, el mercado, o cualquier otro axioma de la modernidad. La Cuarta Teoría Política propone soluciones y horizontes excluidos a sabiendas por el liberalismo, el comunismo y el nacionalismo. Se encuentra más sobre este tema en mi libro La Cuarta Teoría Política y El auge de la Cuarta Teoría Política.
En general, La Cuarta Teoría Política, cuando se aplica al problema de la “clase media”, dice lo siguiente:
La transición de casta a estamento y de estamento a clase no es una ley universal. Este proceso puede ocurrir como sucedió en la Europa occidental moderna, o puede no ocurrir u ocurrir parcialmente, como está sucediendo hasta el día de hoy en las sociedades no occidentales. Por tanto, el concepto mismo de clase aplicado a la sociedad tiene una aplicabilidad limitada. La clase y las clases pueden identificarse en las sociedades modernas de Europa occidental, pero no es en absoluto obvio si reemplazan la desigualdad de castas del alma y la naturaleza humana. Las propias sociedades occidentales confían en que las clases lo hagan. Pero un enfoque existencial de esta problemática puede poner esto en duda.
Lo más importante es cómo lo humano se relaciona con la muerte. Hay quienes pueden mirarla a la cara, y quienes siempre le dan la espalda. Pero el origen de la jerarquía social, la distinción fundamental entre personas y la superioridad de unos sobre otros consiste precisamente en esto. Las condiciones materiales no son decisivas aquí. La interpretación de Hegel de Amo y Esclavo se basa en este criterio. Hegel piensa que el Amo es el que desafía a la muerte, el que sale al encuentro de ella. Actuando así, no adquiere la inmortalidad, sino que adquiere un Esclavo, uno que huye de la muerte, falto de valor para mirarlo a los ojos. El Amo gobierna en sociedades donde la muerte es el centro de atención. El Esclavo adquiere derechos políticos solo donde la muerte se coloca entre paréntesis y se traslada a la periferia. Mientras la muerte permanezca en el campo de visión de la sociedad, nos enfrentaremos al gobierno de los sabios y héroes, filósofos y guerreros. Esta es la sociedad de castas o la sociedad estamental. Pero no la sociedad de clases. Donde comienza la clase, termina la vida y prevalecen las estrategias alienadas de cosificación, objetivación y mediación.
De ahí que la Cuarta Teoría Política piense que la construcción de la sociedad a partir del criterio de la propiedad es una patología. El destino del hombre y el narod es la historia y la geografía, pero de ninguna manera la economía, el mercado o la competencia.
La Cuarta Teoría Política rechaza la clase como concepto y niega su relevancia para la creación de un sistema político basado en la comprensión existencial del narod. Más aún, rechaza el concepto de “clase media”, que refleja la esencia misma del enfoque de clase. La clase media, como la persona media [promedio], es una figura social situada en el punto de máxima ilusión social, en el epicentro del letargo. El representante de la clase media corresponde a la figura de Heidegger de das Man, el portador generalizado del “sentido común”, no sujeto a verificación ni examen. Es la mayor de las ilusiones.
La persona del medio [promedio] no es en absoluto igual a la persona normal. “Norma” es sinónimo de “ideal”, aquello por lo que uno debe esforzarse, aquello en lo que debe convertirse. La persona media [promedio] es una persona en el menor grado, el más exindividuo de los individuos, la cualidad más nula y estéril. La persona del medio [promedio] no es una persona en absoluto; es una parodia de una persona. Es profundamente anormal, ya que para una persona normal es natural experimentar horror, pensar en la muerte, experimentar agudamente la finitud del ser, cuestionar –a veces de forma trágicamente insoluble– el mundo externo, la sociedad y las relaciones con los demás.
La clase media no piensa; consume. No vive; busca seguridad y comodidad. No muere; explota como la llanta de un coche (emite su espíritu, como escribió Baudrillard [El intercambio simbólico y la muerte]). La clase media es la más estúpida, sumisa, predecible, cobarde y patética de todas las clases. Está igualmente lejos de los elementos ardientes de la pobreza y del veneno pervertido de la riqueza incalculable, que está aún más cerca del infierno que la pobreza extrema. La clase media no tiene ningún fundamento ontológico para existir, y si lo tiene, solo en algún lugar muy por debajo, por debajo del dominio de los reyes-filósofos y los héroes guerreros. Es el Tercer Estado, imaginándose a sí mismo que es el único. Esta es una pretensión injustificada. El capitalismo y la modernidad no son más que una aberración temporal. El tiempo de este malentendido histórico está llegando a su fin.
Por lo tanto, hoy, cuando la agonía de este peor de los esquemas sociales posibles aún continúa, debes mirar más allá del capitalismo. Al mismo tiempo, debemos valorar e interesarnos tanto en lo que lo precedió (la Edad Media) como en lo que vendrá después y que debemos crear (una Nueva Edad Media).
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