
Este texto corresponde a la presentación del politólogo Pablo Anzaldi del libro Política y Pandemia. Los límites del liberalismo y la dictadura terapéutica, de próxima publicación por Ignacio Carrera Pinto Ediciones. El volumen es una colección de textos sobre el COVID-19 y sus implicancias políticas, sociales y económicas.
El presente volumen de ensayos y análisis sobre Política y Pandemia reúne una serie de notables pensadores, cuyo común denominador es la defensa de la identidad de las comunidades y la puesta en acto de las facultades intelectuales para comprender y esclarecer la situación actual. Junto a los reconocidos Alain de Benoist y Eduardo Hernando Nieto, florece una nueva generación de identitarios, que aporta sus propios modos de entender políticamente un mundo pródigo en actos intempestivos y anegado por una marea progresista y “políticamente correcta”. La editorial chilena ICP y su director de contenidos, el amigo Carlos Videla, una vez más, demuestran ejemplarmente la fecundidad y profundidad de la decisión de luchar en la guerra ideológica y cultural.
Las fuerzas enfrentadas al globalismo tienen una real diversidad: no la que emana de la difusión contracultural de un trastorno de personalidad, sino la que brota del pensamiento libre, desplegado en la pregunta por el ser de los pueblos, de la política, del arte y de la vida. Subyace a las nuevas generaciones de identitarios una sana desconfianza y sentido crítico ante los entusiasmos exclusivistas, los desbordes políticos y la idea de la salvación por la violencia.
En términos generales, en lo que al COVID-19 refiere, podemos decir que ya casi no quedan “negacionistas” ni “antivacunas”, lo que no deja de ser una muestra de seriedad política. Con todo, la aceptación de los datos de la realidad no dice nada sobre su alcance y significación. Por ello, interesa hacer una serie de comentarios inspirados por el sentido crítico – como el que anima los ensayos reunidos en este volumen. No se trata en nuestro caso de una mera adhesión a una “filosofía de la sospecha” – de todos modos, pertinente – sino más bien de la puesta en juego de ciertas fuentes clásicas que están en la base de nuestra conformación cultural y que pueden prestarnos ayuda.
Efectivamente, la pandemia de COVID-19 ha tenido una serie de efectos devastadores sobre la vida económica y social de la mayoría de los países, con la estratégica excepción de China, que en el segundo semestre pasado recuperó su ritmo de crecimiento anual y se apresta a sobrepasar a los Estados Unidos como nueva superpotencia global. Tampoco puede dejar de mencionarse que la derrota de Trump es objetivamente un triunfo chino. En este contexto, las peores fuerzas globalistas – Xi, Bill Gates, Soros, el capital financiero, la progresía mundial, la Iglesia Católica bajo la férula de Bergoglio, las ONGs y los organismos multilaterales como la OMS, etc. – que suelen reunirse en Davos, aparecen como los constructores de una nueva hegemonía mundial. Desde la conversión de los métodos de trabajo hasta la generalización del bitcoin, pasando por la difusión de la ideología de género y la instigación al quiebre de las relaciones familiares y comunitarias, lo que se ha dado en llamar “el gran reinicio”se desarrolla en una marcha aparentemente triunfal. Mientras dure la pandemia, el miedo y la desazón, las crisis económicas y políticas se multiplicarán indefectiblemente y nuestras vidas cambiarán para siempre.
Para ser bien concretos, nos preguntamos: ¿por qué la pandemia del COVID-19 afecta de un modo tan profundo en nuestras vidas? Para poner en perspectiva las cosas podemos tomar algunos datos. En el año 2020, sobre un total de 56 millones de muertos, las muertes por COVID-19 en todo el mundo han sido algo más de 2 millones de personas – respondiendo mayormente a un patrón etario natural –; los muertos por accidentes de tránsito: un millón trescientas mil (quedando unas 50 millones de personas discapacitadas); los muertos por HIV Sida 1 millón y. por hambre, 9 millones. Si bien es cierto que ha desbordado parcialmente algunas áreas específicas de los sistemas sanitarios, el COVID-19 en general ha extinguido y sustituido a la influenza. Vistas las cosas en conjunto, no parece una amenaza tan significativa como para aplicar cuarentenas globales que destruyen a las economías, paralizan a las Administraciones Públicas y dictaminan el cierre global de templos religiosos, centros educativos, teatros, cines, circulación de personas, etc., en la creencia que existe una cultura sin soportes físicos e institucionales, sin personas activas organizadas. Una psicosis global y una demolición económica, que forjará su propia cuota de muerte, difícilmente puede ser una respuesta eficaz ante un problema novedoso.
En el actual desarrollo científico técnico, amerita por un lado enfrentar la desigualdad cualitativa entre los países centrales y los periféricos, pero también cabe subrayarse que la esfera de la atención a la salud debería integrar con más contundencia las agendas programáticas inspiradas en el sentido social del pensamiento nacional clásico. Nunca como en estos casos se replantea la necesidad de un sistema de salud comunitario país por país y de un sistema solidario Estado a Estado: obviamente, una cosa así sólo es posible fuera del sistema de Naciones Unidas – y sus regulaciones en materia de patentes – y avanzando en un nuevo orden de poderes nacionales y continentales. Por disidente que uno sea, no deja de reconocer la necesidad de fortalecer los sistemas de salud sacándolos del ámbito del lucro, así como la lucha contra la escasez de vacunas anti COVID-19 en arreglo directo con los Estados. En el mundo actual, los poderes continentales tienen siempre más capacidad de conquistar objetivos que los países aisladamente.
Así las cosas, la relativa naturalidad con la que se asimilan las muertes por otras causas y la respuesta histérica ante el COVID-19, respuesta que trasciende los mecanismos básicos de prevención y genera tanto o más daño que el que dice evitar, nos interpelan en nuestra condición occidental, en el estado de nuestras almas. El año 2020 no sólo ha sido el año del COVID-19, sino también el de la ideología de género, del pretenso lenguaje inclusivo (en realidad, la lengua de la torre de Babel) y el de la supresión de las relaciones interpersonales con la mediación de las nuevas tecnologías. Todos los valores asociados a la valentía, la fortaleza, la resistencia, aparecen denigrados como valores machistas y sexistas.
Una primera mirada al panorama político muestra que la izquierda global ha llevado la delantera en la cuarentena y sus consignas globalistas de reingeniería social: “quédate en casa”, “distanciamiento social”, “no visites a tus padres ni abuelos”, etc. Pero también la izquierda ha mutado en una cosa promiscua y literalmente degenerada: al negar la naturaleza sexual y trasponer el género gramatical borrando imaginariamente el sexo, ni ellos saben cuántos “géneros” se cuentan. Que la izquierda española se llame “Juntas Podemos” es todo un signo de los tiempos. A diferencia de los rojos de antaño – incluyendo a las rojos como Dolores Ibarruri “La Pasionaria” – una izquierda con un nombre de ese tipo no parece dispuesta a “morir en Madrid” (1). Nada más lejos que la estrategia de guerra total – readaptada por los revolucionarios del siglo XX – que incluía sostener la producción aún en medio de terribles circunstancias, como las de la URSS durante la Invasión alemana, la de Alemania bajo los bombardeos occidentales y la contraofensiva rusa, y las de Vietnam durante la agresión norteamericana: los que estuvieron en condiciones trabajaron y evitaron males aún más terribles.
La virtud de la valentía y el modelo pedagógico de la figura del héroe clásico han sido relevados por una sociedad utilitaria que busca la mayor felicidad para el mayor número entendiendo la vida como un mero confort. Como los clásicos sabían, las virtudes son conexas y cuando se pierde una virtud se caen las demás. Así nuestro tiempo ha desterrado las calidades con las que se educaban y medían las almas. Mientras en Hobbes el estado de naturaleza como estado de guerra de todos contra todos está presente como antecedente y posibilidad de naufragio de la vida civil y política, en Locke y en el utilitarismo posterior los caracteres problemáticos de la condición humana están olvidados. La sociedad utilitaria asemeja a un departamento lujoso en el que entramos, cerramos la puerta y arrojamos la llave: olvidamos lo que hay afuera. El problema de la unidad sistemática del liberalismo y de la clausura existencial del utilitarismo no es su inspiración ni las buenas intenciones que subyacen a la confianza en la bondad natural del mundo. No se trata de una cuestión axiológica o intencional, sino objetiva. El problema sencillamente es que el liberalismo y el utilitarismo no se corresponden con la experiencia de la vida humana. Acechada por la muerte violenta, el crimen, las luchas, la guerra y la peste, una filosofía liberal dependiente de un escenario de normalidad perpetua no sirve porque es unilateral y falsa.
Nuestra generación no tiene experiencia directa de la guerra y ha vivido, al menos hasta la crisis del 2008, en medio de la “revolución de las expectativas crecientes”, lo que la ha encerrado en el creciente confort, sin conocimiento de lo que pasa en la base de las cosas. En los Estados Unidos -luego del trauma del híperfotografiado Vietnam- las guerras contra Irak, Afganistán y Libia son, desde el punto de vista del ciudadano devenido en telespectador, abstractas. A diferencia del COVID-19, cuyos muertos y contagiados se cuentan uno por uno al instante y se machacan todos los días una y mil veces, los bombardeos masivos sobre los pueblos árabes fueron estudiadamente encubiertos como luces artificiales vistas desde un visor nocturno, y las emboscadas en las que los árabes aleccionaron a los invasores se ocultaron al gran público y apenas se filtraron por algunas “redes” (2).
Este panorama se agrava cuando constatamos la toma subrepticia pero contundente de los sistemas educativos por los burócratas y profesionales de las “ciencias de la educación”: en general, una clase de personas en las que los leit motiv del globalismo tales como el constructivismo, la ideología de género, el dogmatismo pacifista, el odio a la Tradición, a la Naturaleza y a la Historia funcionó como caldo de cultivo para borrar los verdaderos arquetipos del horizonte educativo. Ya ni siquiera se plantea el problema filosófico de delimitar qué es naturaleza y qué es historia o cultura, hasta dónde una identidad se construye y hasta dónde la heredamos, qué ponemos nosotros y que pone la naturaleza: la pereza intelectual es la base de la jerga progresista.
La cuarentena global ha demolido las economías y atentado contra la salud de las almas, pero nosotros sabemos que la fuerza de la vida es la resistencia espiritual. Dice Tucídides en la descripción que hacen los corintios del carácter de los atenienses que “utilizan sus cuerpos en la defensa de su Patria como si fueran de extraños, y la inteligencia en hacer algo por ella, considerándola posesión propia como lo que más” (3). También Tucídides nos recuerda que, como ahora, la peste de Atenas deshizo la religiosidad de las personas (4). Como maestro en tiempos difíciles, Evola explicó que la pequeña Jihad es la guerra física y la gran Jihad es la lucha en el interior del espíritu de cada uno (5). En esa línea, Pascal preguntó retóricamente ¿de qué sirve al hombre ganar un mundo si no se conquista a sí mismo? En el mismo acorde, Jünger observó que “Al crecer el sentimiento de que el ámbito vital en su conjunto se halla cuestionado y amenazado crece también la necesidad sentida por el hombre de volverse hacia una dimensión que lo sustraiga al dominio ilimitado del dolor y a su vigencia universal” (6).
Quizás puede ser un espejismo, pero sospecho que luchas de esa clase se desarrollan en las almas de miles de personas en este instante y ahí nosotros, los identitarios, los que no nos arrodillamos ante la ofensiva globalista y poshumana, tenemos algo que decir. Los ensayos aquí reunidos son una muestra notable de lo que se está pensando, en muchos casos, con la validación de procesos de resistencia política concretos.
Porque se trata de una concepción del hombre, la ideología globalista y progresista sobrepasó el dominio político y se desparramó al campo de las denominadas “bellas artes”. Las performances, las instalaciones, el teatro, las series audiovisuales, las exposiciones fotográficas, la pintura, y la música popular contemporánea también están condicionadas por un público, por los pares, por mecenas, productores, curadores, críticos, etc., todo el conjunto que configura lo que se ha dado en llamar “industrias culturales”. Trotsky decía ser “centralista en política y anarquista en arte”. Es un buen principio a practicar, pero la vida intelectual no cede su deseo y puede trazar una línea de demarcación entre lo que se sostiene a sí mismo como obra de arte y el mensaje ideológico que contiene. No podemos dejar de observar que el progresismo tiende a ser hegemónico en el mundo de los artistas y en las obras de arte. Paloma Hernández lo denomina “corrupción ideológica en las artes”. Ecologismo, derechos humanos, feminismo, animalismo, izquierdismo, parecen ser los contenidos predominantes en nuestra época. Los textos que acompañan las obras de arte contemporáneo – performances y pinturas principalmente – están sujetos a la ideología del artista, del galerista, del crítico y de la mayoría del público. Lo mismo pasa con las películas que recorren el mundo. Lo supuestamente ético en la obra y en la personalidad del artista también puede someterse a crítica porque habría que empezar precisando qué se entiende por ética. ¿Son éticas las obras de arte que exaltan la vileza, la promiscuidad y la ideología globalista? ¿En qué consiste la dimensión ética del arte? Las performances y canciones que exigen derecho a la marihuana o que acusan al varón de violador o se lamentan de la menstruación de la mujer hubieran merecido el desprecio de Emile Zolá y de Jean Paul Sartre, iniciador aquél y continuador este, de la fusión ética-arte que tan bien usaron los Partidos Comunistas para ocultar sus crímenes apocalípticos (7).
Toda esa infestación progresista del arte parece más apropiado caracterizarla de ideológica. Parafraseando y trasladando a Marx, podemos decir que la ideología dominante en las obras de arte dominantes es la ideología dominante, la ideología de las clases dominantes. No interesa agraviar ni reprobar, sino promover al menos una nueva línea de ideas en los ámbitos que inspiran y reconocen la creación artística. Necesitamos restablecer siquiera mínimamente condiciones ideológicas como las que inspiraron creaciones artísticas que no sucumbieron a la sensibilidad comunista ni a la sensiblería progre y sostuvieron, al menos en parte, la consistencia de sus obras en virtud de sus propios méritos estéticos y no gracias a un público partidario, con mecenas partidarios o gerentes de marketing que buscan el sólo impacto comercial.
No interesa promover desde el campo identitario una nueva suerte de comisariado del arte, simétrico e inverso al que hace la progresía. La jerarquía intelectual que reclamamos no puede caer en una nueva infiltración ideológica apoyada en filípicas morales. La cercanía a la obra de arte supone también el cultivo del “pathos de la distancia” para evitar caer en la detestable promoción de regulaciones, prohibiciones y detracciones: el horrible vicio de la derecha conservadora. Empero, si se puede decir así, nuestra particular combinación de elementos de izquierda en lo social y de derecha en lo cultural, nuestra lucha por el cambio social y la tradición cultural supone el reconocimiento de las jerarquías en las obras de arte. El sentido de nuestra critica debiera reconocer cuándo una obra de arte es sustantiva y está acompañada de adjetivos – los artistas no son entes ideales, sino reales – y cuándo una obra de arte es un adjetivo ornamentado por una técnica. En consonancia con ello, puede señalarse que, en el espectro de la crítica en general y de la crítica de arte en particular, también hay una diversidad de tipos: una cosa es el diálogo crítico que acepta en general, pero cuestiona en particular, otra cosa es la búsqueda de corregir con la traslación del modelo de la logoterapia, otra cosa es declararle la guerra para destruir, otra cosa es la búsqueda de inspirar nuevos horizontes a partir de proporcionar una base conceptual, etc.
La reingeniería social en tiempos del COVID-19 ha traído la generalización de nuevos soportes tecnológicos también para el arte. El circuito de las redes sociales es un campo de batalla y en el caso particular de la música, la pintura y el cine, su impresionante acervo suele contribuir a la formación del gusto. Como Platón, Schiller y Nietzsche nos enseñaron, la educación estética del hombre es el alimento último del espíritu. Los globalistas lo saben en la práctica: luego de destruir al hombre y a los pueblos se aprestan a relevarlos por un mercado mundial poshumano. Contra ese movimiento es el sentido de nuestra lucha.
Por los grandes autores del pasado sabemos que Ulises fue el modelo de la educación de la Grecia clásica, y durante siglos, el arquetipo heroico ha inspirado la literatura, la música, el arte y hasta el cine. Pero en los últimos años se ha “deconstruido” todo sentido heroico como machista y opresor, y se ha exaltado el miedo a la muerte violenta como base de la vida. Una perfecta sociedad de últimos hombres parece estar a la orden del día. Los nuevos líderes políticos, comunicacionales y religiosos han sido formados en esa escuela de la cobardía y la medianía. Una generación así no puede comprender los desafíos de la vida ni estar a la altura de sus acechanzas.
Churchill dijo que todo su aprendizaje político lo adquirió de la vida de su ancestro, el Conde Marlborough, que brilló en combate durante la guerra de sucesión española cuando despuntaba el siglo XVIII (8); por su parte, Marlborough dijo que toda su
sapiencia la había sacado de las obras de Shakespeare; Shakespeare, a su vez, escribió que lo suyo era una reelaboración de las Vidas Paralelas de Plutarco. En paralelo, Juan Perón, comentó que su padre le regaló los libros que más lo influenciaron en la vida: Vidas Paralelas de Plutarco, el Martín Fierro de José Hernández y las Cartas a su hijo de Lord Chesterfield: lo clásico, lo criollo y lo diplomático como fuentes de inspiración del arte de vivir. Con esa escuela, Churchill y Perón enfrentaron terribles desafíos: Churchill se plantó a la todopoderosa Alemania nacionalsocialista y Perón enfrentó al susodicho Churchill, a Truman y a Stalin cuando el mundo les pertenecía. Plutarco, Shakespeare, José Hernández, de esas fuentes proceden las enseñanzas que forman el carácter del héroe contemporáneo. ¿Cuáles son las fuentes de inspiración de las generaciones actuales? ¿Qué otra respuesta podrían dar ante una amenaza como la del COVID-19?
Ciudad de Buenos Aires, febrero de 2021
(1) Abanderada en la demolición de la tradición, la progresía española fue lúcidamente cuestionada por Andrés Calamaro en recientes declaraciones cuando dijo que: “Renunciar a la tauromaquia es como permitir que incendien el Museo del Prado con todos los cuadros dentro”. ¿Pero cuántos artistas con públicos jóvenes piensan así?
(2) Como argentino, recuerdo los simulacros de bombardeo debajo de los pupitres de la escuela en la época de la Guerra de las Malvinas, el sentido de lo grave y el peso de la responsabilidad de los niños en edad escolar, pero eso rápidamente fue desterrado en una campaña de desmalvinización, remachando que los soldados en realidad “eran niños de la guerra”. En los últimos 20 años, la figura del detenido desaparecido del proceso militar fue despojada del perfil heroico del que entrega la vida como combatiente o militante de una causa que es justa según su conciencia, y el héroe o mártir de la tradición revolucionaria fue transformado simbólicamente en una pobre víctima reducida a escombros por asesinos de uniforme. La ideología de los derechos humanos es, en ese sentido, una proyección que el utilitarismo liberal hace con sus propios valores distorsionando el sentido del ser, de los que quisieron ser héroes y quizás lo fueron realmente. Entiendo que algo similar ocurrió en Chile con situaciones más o menos semejantes: la memoria de la entrega a una causa ha sido desterrada hasta no dejar vestigios del heroísmo.
(3) Historia de la guerra del Peloponeso, 1-70, pp. 147-148, Editorial Hernando, Madrid, 1984, traducción: Francisco Rodríguez Adrados.
(4) Cf. Op. Cit.
(5) Cf. Rebelión contra el mundo moderno.
(6) Sobre el dolor, Tusquets, España, 1995, pp. 23-24.
(7) Cf. Francoise Furet, El pasado de una ilusión, FCE, México, 1995.
(8) El héroe inglés Marlborough ha llegado hasta nosotros con la canción de Mambrú del folklore popular y la marca Marlboro de los cigarrillos.
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